Dice el Diccionario de la lengua española que la migración “es el desplazamiento geográfico de individuos o grupos, generalmente por causas económicas y sociales”. Siguiendo esta definición se puede concluir que la migración es tan vieja como la vida misma. Después de todo, desde sus orígenes hace millones de años el ser humano era un nómada sin remedio, un migrante que se movía de un lugar a otro sin establecer residencia fija.
Si estos son los hechos históricos, ¿por qué entonces la importancia extraordinaria que en el debate político actual de los países industrializados tiene el tema migratorio? ¿a qué se debe que en estos países grandes segmentos de la población crean ciegamente que la migración representa una amenaza para su bienestar económico?
La respuesta fácil y siempre a mano suele ser que estas creencias son la manifestación más palpable de los prejuicios y el marcado racismo del mundo desarrollado. No obstante, despachar el tema con estos argumentos sería una forma alegre de promover serias acusaciones de xenofobia contra millones de bien intencionados ciudadanos de los países más avanzados.
Otro argumento utilizado para explicar la aversión contra la migración que se percibe en los países avanzados es de naturaleza política. En los últimos años, políticos populistas y pseudo nacionalistas, casi siempre de derecha, han captado la atención de millones de votantes popularizando el mito de que el migrante usurpa los puestos de trabajos de los nacionales, a la vez que deprime sus salarios. Esta perorata que tanto ha servido a los Trumps y a las Le Pens del mundo propaga además otras ficciones relacionadas con la migración. Así, es frecuente escuchar que el migrante típico vive de la ayuda de los gobiernos que los reciben o que proviene de países cuyos habitantes tienen un solo deseo, migrar a la primera oportunidad y probar suerte en el mundo desarrollado.
Más allá de la xenofobia, los prejuicios y la retórica política, la razón por la cual el mito de los efectos de la migración en el mercado laboral del país receptor se ha propagado tan rápidamente es económica. Como muestran los economistas ganadores del Nobel 2019, Abhijit Banerjee y Esther Duflo (2010), todo se origina en una interpretación simplista de una de las regularidades más difundidas en la microeconomía moderna, la ley de la oferta y la demanda.
La historia es más o menos como sigue. Cuando un grupo de migrantes establece su residencia (legal o ilegal) en un país hipotético, la oferta laboral aumenta deprimiendo el salario que pagan las empresas. Como sugiere la ley de la oferta y la demanda, la abundancia de un bien, en este caso el trabajo, disminuye su precio, el salario. Siguiendo la misma lógica, las empresas contratan migrantes a un costo más bajo, prescindiendo de los nacionales, lo que aumenta el desempleo.[1]
Una característica de los mitos en torno a la economía de la migración es que se retroalimentan, consolidando la percepción negativa que existe sobre este fenómeno. El creyente fiel de estas leyendas piensa que mientras los migrantes “generan desempleo y deprimen salarios”, los gobiernos de los países avanzados les “incorporan a sus programas sociales”. En el interín, en sus países de origen, los familiares y amigos del migrante “hacen lo indecible por emigrar”. El problema de este discurso es que tanto la teórica económica como los datos y la evidencia empírica muestran el componente ficcional de estos argumentos.
En primer lugar, la teoría sugiere que la aplicación de la ley de la oferta y la demanda que propaga el mito de los efectos de la migración en el desempleo y los salarios está incompleta. No toma en cuenta que el migrante consume bienes y servicios, aumentando la demanda laboral del país receptor y presionando al alza las contrataciones y los salarios. La evidencia empírica muestra que el efecto demanda domina y tanto en Europa como en Estados Unidos (EE. UU.) la migración tiende a aumentar el empleo. Los efectos sobre el salario son más bien ambiguos (Gonzalez Ferrer, 2002; Card, 1990).
En segundo lugar, distintos estudios confirman que el uso de programas de beneficencia social no es generalizado en los inmigrantes, como promueve el discurso político. En Francia, por ejemplo, durante la campaña presidencial de 2017, la candidata del Frente Nacional, Marine Le Pen, propagó la especie de que un 95% de los migrantes en Francia no trabajaban y eran mantenidos por el Estado. Sin embargo, la naturaleza falsa de esta afirmación se ve en los números del mercado de trabajo que indican que un 55% de la población que ha emigrado a Francia forma parte de la fuerza laboral.[2]
Para el caso de EE. UU., Nowrasteh y Orr (2018) del Instituto Cato, entidad promotora del libre mercado y la iniciativa individual, muestran que en términos generales “los inmigrantes consumen casi un 40% menos de los beneficios de los programas sociales que los nacionales”. Más aún, si se comparan inmigrantes y nativos de la misma edad y de igual nivel de ingreso, los primeros consumen 27% menos de los programas de beneficios sociales que los últimos, según la misma fuente.
En tercer lugar, la fábula de que la mayoría de los habitantes de países en desarrollo tiene el deseo incontrolable de emigrar a una de las naciones avanzadas se desecha rápidamente con una mirada cuidadosa a los datos sobre migración publicados por el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas (DESA).[3] Revisando esta base de datos, resulta obvio que la mayoría de los nacionales de un país, por pobre que sea, tiende a quedarse en casa, aun cuando la oportunidad de emigrar a otro país está a su alcance.[4] Veamos.
Según las Naciones Unidas, la población mundial era de unos 7,800 millones de habitantes a mediados de 2020. A la misma fecha, el acervo de migrantes[5] internacionales ascendía a 280 millones de personas, un 3.6% de la población total.[6] Si se excluyen unos 80 millones de personas que provienen de países desarrollados, el acervo de migrantes que procede de países periféricos es de unos 200 millones, apenas 3.0% de su población. Por distintas razones que explica la literatura, la gente no emigra en masa como tradicionalmente se piensa.
¿A dónde van los migrantes? Los datos de DESA muestran que del acervo de 280 millones de migrantes internacionales que existía en 2020, 86 millones residen en Europa y unos 50 millones en Estados Unidos. Es decir, poco menos de la mitad de los migrantes ha escogido como país de destino las naciones más avanzadas. Por otro lado, cuando se pone atención al flujo y no al acervo migratorio, se observa algo interesante. En las últimas décadas el número de migrantes Sur-Sur ha aumentado en promedio casi siete veces más que el número de migrantes Sur-Norte. Contrario a lo que se piensa, el destino del migrante en la mayoría de los casos no parece ser el idílico mundo desarrollado.
Descendiendo un peldaño más en la base de datos de DESA se puede analizar el origen de la migración global por país. La información disponible indica que la mitad de los migrantes de economías en desarrollo provienen de una docena de países, en su mayoría altamente poblados y de ingresos medios. Algunos incluso han experimentado largos periodos de crecimiento. La lista la encabeza India con 17.9 millones de migrantes, seguida por México (11.2 millones), Rusia (10.7 millones), China (10.5 millones) y Siria (8.5 millones). Entre los 7.4 y los 5.4 millones de migrantes se encuentran en orden descendente Bangladesh, Pakistán, Ucrania, Filipinas, Afganistán y Venezuela.[7]
Más allá del tamaño de su población o los éxitos relativos de sus economías, estos países, al menos en algún momento de sus distintas historias, han sido afectados por conflictos políticos, violencia e inseguridad. Esta realidad podría estar sugiriendo que el migrante típico está escapando de algo más que la precariedad económica.
Trátese de la guerra en Siria, Ucrania y Afganistán, la violencia y la corrupción en México, Filipinas o Venezuela, el poder político en Rusia y China, la inestabilidad social en Bangladesh y los largos periodos de dictadura militar en Pakistán, la migración parece ocurrir por estos factores y no por el deseo irreprimible de marcharse que tienen los migrantes, como sugiere el mito.
Como afirman Banerjee y Duflo (2020), la gente se va cuando lo que se tenía como “hogar” ya no existe. Los crímenes, la violencia, las guerras y el desconocimiento de los derechos humanos han convertido el hogar que se tenía en la boca de un tiburón. Esta figura literaria de la pluma de la poeta somalí Warsan Shire define claramente porque ocurre la migración en masa. Entramos al mundo de los refugiados y los que buscan asilo como última esperanza para escapar de las fauces del más grande depredador
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[1] Los argumentos tienden a expandirse en distintas direcciones. Por ejemplo, dado que se asume que los migrantes vienen de países pobres con bajo nivel educativo, se afirma que las mayores víctimas de la migración son los trabajadores no especializados.
[2] Banerjee & Duflo (2020) citan a Barrera et al (2020) sobre este tema.
[3] Esta base de datos computa tanto los flujos como el acervo de migrantes, usando datos de los censos poblacionales de los países, encuestas y récords administrativos. Ver UN, Toolkit of International Migration en www.unmigration.org.
[4] Banerjee & Duflo citan experimentos hechos en Bangladesh, la India y Nepal para incentivar la migración que no generan cambios significativos en el número de migrantes.
[5] DESA considera migrante a toda aquella persona que cambia su residencia usual entre un periodo y otro.
[6] Cierto es que este indicador ha crecido desde que registrara 2.9% en 2010. No obstante, casi un cuarto de ese aumento corresponde a refugiados provenientes en su mayoría, del norte de África y del oeste asiático. En promedio, los refugiados han crecido 8.0% interanual en la última década, mientras el resto de migrantes lo ha hecho a 2.0%.
[7] Se podría argumentar que para evitar el sesgo poblacional en los datos, lo correcto sería analizar la relación migrante/población. Al hacerlo, se observa que más del 80% de los países que componen la nueva lista son pequeñas islas del Caribe de baja población, la cuales rara vez se mencionan en el debate político sobre el tema migratorio en los países más avanzados.
Referencias:
- Attali, J. (2010). El hombre nómada. Luna libros.
- Banerjee, A. V., & Duflo, E. (2019). Good economics for hard times: Better answers to our biggest problems. Penguin UK.
- Barrera, O., Guriev, S., Henry, E., & Zhuravskaya, E. (2020). Facts, alternative facts, and fact checking in times of post-truth politics. Journal of Public Economics, 182.
- Bansak, C., Simpson, N., & Zavodny, M. (2020). The economics of immigration. Routledge.
- Card, D. (1990). The impact of the Mariel boatlift on the Miami labor market. ILR Review, 43(2), 245-257.
- DESA, International Migration Reports, several issues.
- Kerr, S. P., & Kerr, W. R. (2011). Economic impacts of immigration: A survey.
- Nowrasteh, A., & Orr, R. (2018). Immigration and the welfare state: immigrant and native use rates and benefit levels for means-tested welfare and entitlement programs. Cato Institute.
- Real Academia de la Lengua Española (2001). Diccionario de la lengua española (Vol. 22).