Decía Dani Rodrik, el prestigioso economista y profesor de la Universidad de Harvard, que para un economista la respuesta válida a cualquier pregunta sobre política económica debía ser, “depende”. Por más pretenciosos que seamos los economistas, no hay verdades absolutas en la teoría. La realidad es que, a la hora de diseñar y recomendar políticas, los economistas somos esclavos del contexto. Ignorar esta simpleza es la ruta más rápida hacia el oscurantismo de los dogmas. Una vez allí, nos dedicamos a trasplantar recetas de política de un lugar a otro, solo para terminar preguntándonos porque las cosas no funcionaron como esperábamos.
Es probable que hoy más que nunca, los economistas estemos obligados a estudiar el contexto institucional en que se implementan las políticas que recomendamos. En los tiempos que corren, los problemas que enfrentan las economias son complejos. No hay soluciones fáciles. Para el economista moderno, responder “depende” a cualquier pregunta sobre política económica es más que una alternativa, una obligación.
Desde la primera pandemia en cien años hasta las imprevisibles consecuencias del calentamiento global y los efectos disruptores de la tecnología en los mercados laborales, los problemas de hoy requieren algo de lo que muchos economistas carecen, imaginación. Combinar esta cualidad con un conocimiento teórico sólido y con una comprensión del entorno político dentro del cual se propondría soluciones es esencial, si se quiere tener éxito. Debemos abandonar el mundo de las políticas óptimas y mudarnos al de las políticas posibles.
Un lugar donde estas habilidades del economista moderno se hacen imprescindibles es allí donde convergen el crecimiento económico, la pobreza y el medio ambiente. Se trata de un viejo dilema que nos viene desde la publicación de La riqueza de las naciones. En la visión clásica tradicional, el mercado se encargaría de que el crecimiento generado por la iniciativa individual redujera la pobreza, mientras en el proceso productivo el homus economicus siempre utilizaría los recursos naturales de forma “racional” sin penalizar el medio ambiente.
En un mundo como éste, el espacio para políticas redistributivas y/o verdes es casi inexistente. El gobierno solo intervendría donde las fallas de mercado para proveer bienes públicos, promover la competencia o corregir alguna externalidad sean evidentes. Lamentablemente, las cosas parecen ser distintas en el mundo real. En el corto plazo, las políticas que promueven el crecimiento no siempre disminuyen la pobreza. Más bien, tienden a tener efectos sobre la desigualdad en la medida que los actores más dinámicos del proceso de crecimiento generan más ingresos que el resto de la población.
Asimismo, crecer en el mundo moderno implica casi siempre desenterrar combustibles fósiles y quemarlos, es decir, exacerbar el cambio climático y el deterioro del medio ambiente. Como diría Raworth (2024) lo que nunca vemos en el flujo circular del libro de Samuelson es la cantidad de energía y materiales que se consumen para producir y los deshechos que ese consumo deja en el planeta tierra.
Y aquí viene la pregunta ¿Qué políticas permitirían promover el crecimiento, reducir la pobreza y la desigualdad y preservar el medio ambiente? Diría nueva vez el profesor Rodrik, “depende”; el contexto nos servirá como guía para hacer recomendaciones. La historia está llena de ejemplos de países que han logrado crecer, reducir la pobreza y preservar el medio ambiente con distintas estrategias. No hay una receta única. Lo que parece ser común en todas las historias de éxito es que las políticas implementadas han tomado en cuenta la historia, la cultura y el entorno institucional de los países.
China y Panamá son dos ejemplos de economías que navegaron con éxito la ola de la globalización siguiendo estrategias distintas. China creció 9.5% en promedio en los cuarenta años que siguieron a su despegue en 1978. Durante esas cuatro décadas, liberó unos 800 millones de personas de la tiranía de la pobreza. Panamá, por su parte, se expandió 5.1% durante ese periodo, logrando alcanzar un PIB per cápita de USD18,661.8, el segundo más alto de América Latina, solo por debajo de Uruguay.
Mientras China logró su impresionante crecimiento con políticas industriales, controles de capital y empresas estatales que operaban en un entorno de mercado y en un sistema con tintes autocráticos, Panamá promovió políticas de mercado, de apertura financiera y de logística comercial con su impresionante canal en un ambiente democrático. Políticas diferentes funcionaron en contextos distintos. Ambas economías, eso sí, fueron abiertas a la inversión extranjera y al comercio mundial.
Todos queremos que nuestras economías crezcan, es decir, que generen riquezas y contribuyan a reducir la pobreza en un ambiente de sostenibilidad ambiental. No obstante, la forma de perseguir estos objetivos sería marcadamente distinta para un liberal, un partidario del crecimiento inclusivo o un defensor de la filosofía verde. Dependiendo de la ubicación de cada uno, la política podría demandar soluciones de mercado y/o mayor participación del gobierno. Incluso, podría requerir un rol para la comunidad, el olvidado tercer pilar en las economías de mercado (Rajan, 2019).
Lo cierto es que, entre los objetivos de crecimiento, baja pobreza y sostenibilidad ambiental hay lo que los economistas llamamos trade-offs, especies de intercambios donde las políticas orientadas a conseguir una meta terminan por afectar las otras. Para solucionar este aparente trilema el economista de hoy debe estar preparado a zambullirse en el contexto, a poner en el centro de las cosas la respuesta del “depende” y a evaluar las restricciones que limitan el éxito de las políticas.
Es bien sabido que las políticas redistributivas son necesarias, pero muy costosas para los gobiernos. Lo mismo puede decirse de las políticas verdes. Peor aún, estas últimas requieren en casos como los del cambio climático, un esfuerzo de coordinación entre los países que reta la imaginación del más versado de los economistas. Tan importante es el diseño de la política para lograr los objetivos como el contexto institucional y político donde ha de ejecutarse. Entender esto es esencial para hacer buenas reformas. De lo contrario, estaríamos dejando el crecimiento, la pobreza y la sostenibilidad ambiental a la buena suerte y no a las buenas políticas, algo que ningún economista recomendaría.
Fuente:
- Agarwal, R. (2024). What Is Inclusive Growth?. Finance & Development.
- Bhagwati, J., & Panagariya, A. (2013). Why growth matters: How economic growth in India reduced poverty and the lessons for other developing countries. Hachette UK.
- Rajan, R. (2019). The third pillar: How markets and the state leave the community behind. Penguin Press.
- Rodrik, D. (2024). Addressing Challenges of a New Era. Finance & Development.
- Rodrik, D. (2000). Growth versus poverty reduction: a hollow debate. Finance and development, 37(4), 8.
- Skousen, M. (1997). The perseverance of Paul Samuelson’s economics. Journal of Economic Perspectives, 11(2), 137-152.
- Smith, A. (2007). The Wealth of Nations: An Inquiry Into the Nature and Causes of the Wealth of Nations: With an introduction by Jonathan B. Wight, University of Richmond. Harriman House Limited.