Prácticamente todo libro o curso introductorio de Economía, luego de definir la disciplina y sus objetivos, afirma que la misma se divide en dos campos de estudio: microeconomía y macroeconomía. El primero dedicado al estudio del comportamiento de los mercados, las empresas y los individuos, y el segundo enfocado en las fluctuaciones de los grandes agregados económicos. Rodrigo (2020) equipara este enfoque dual de la Economía con la Física, la cual además de estudiar los planetas, las estrellas y las galaxias, también estudia el átomo, la partícula más pequeña en que un elemento puede ser dividido sin perder sus propiedades.
Sin embargo, esta separación de enfoques de la Economía es relativamente reciente. Entre la publicación de “La Riqueza de las Naciones” de Adam Smith en 1776 y la Gran Depresión de los 1930s, las áreas de micro y macroeconomía no existían como las conocemos hoy. Los economistas clásicos como Adam Smith y David Ricardo, aunque enfocaron buena parte de sus escritos al análisis del mercado de trabajo, pusieron poca atención al estudio del rol de las decisiones individuales. Esto cambió con el surgimiento del pensamiento marginalista a finales del siglo XIX de la mano de Carl Menger, Leon Walras, Stanley Jevons, Alfred Marshall, Vilfredo Pareto, entre otros, en donde el individuo se convirtió en el centro de la determinación de los fenómenos económicos.
Ya entrado el siglo XX, el pensamiento marginalista fue sistemáticamente reemplazado por el enfoque keynesiano luego de la publicación de la Teoría General de John Maynard Keynes en 1936, estableciendo una visión más amplia para el estudio de la Economía, más allá del comportamiento del consumidor y los mercados individuales. En este contexto, según Hoover (2015), la macroeconomía se instituyó como metodología indispensable para la toma de decisiones de política económica de la mano de los modelos keynesianos multiecuacionales desarrollados por Jan Tinbergen y Lawrence Klein. Con el auge del keynesianismo, la macroeconomía consolidó su estructura, metodología y objetivos como campo de estudio, relegando el paradigma clásico-marginalista a lo que conocemos hoy como microeconomía.
Esta división entre micro y macro no sólo delimitó sus enfoques, sino que generó un rompimiento en la estructura teórica y la consistencia empírica de la Economía como ciencia, creando dos áreas afines pero doctrinalmente aisladas y, en algunos aspectos, opuestas. Esta desconexión fue incluso catalogada como un “gran escándalo” por el laureado Kenneth Arrow (1967), ante la imposibilidad de que, por ejemplo, la teoría neoclásica pudiera explicar un fenómeno macroeconómico tan básico como el desempleo.
La falta de conexión entre los principios microeconómicos y la práctica macroeconómica se puso de manifiesto de forma más evidente con los ataques de Milton Friedman (1968) y Edmund Phelps (1967, 1968) a la Curva de Phillips. Sin embargo, el golpe más demoledor lo recibió en el célebre artículo del Nóbel Robert Lucas (1976), que hoy conocemos como la “crítica de Lucas”, que extendió el supuesto de racionalidad de los agentes económicos a los modelos macroeconométricos construidos sobre ecuaciones empíricas, sosteniendo que un cambio en las expectativas haría inútiles sus predicciones sobre el impacto de la política macroeconómica. Mas tarde el propio Lucas junto a Thomas Sargent (1979) reafirmaron que la falta de fundamento microeconómico era el “defecto de fábrica” de la macroeconomía keynesiana. Como sabemos, estos acontecimientos produjeron el rompimiento formal del “viejo” consenso macroeconómico que existía hasta ese momento.
Por ende, desde la crítica de Lucas, la búsqueda por proporcionar fundamentos microeconómicos a los modelos macro se convirtió en el motor del desarrollo de la teoría macroeconómica en los últimos años. Hoover (2010) define este proceso de microfundamentación como la “única articulación causal aceptable para capturar las acciones de los agentes económicos”. Desde esta óptica, la economía debe ser capaz de reflejar las creencias, expectativas y elecciones de los individuos. Por ende, la microfundamentación se ha convertido en el eslabón perdido entre la macro y la microeconomía, haciendo que la notoria desconexión entre ambas ramas de la Economía se haga cada vez menos perceptible, sin que ninguna pierda su enfoque individual.
Hoy en día el fundamento microeconómico de los modelos permite derivar, bajo ciertas condiciones, la función objetivo de política económica a partir de la función de utilidad de un agente económico representativo. Asimismo, estos avances han facilitado el desarrollo de Modelos Dinámicos de Equilibrio General Estocástico (DSGE, por sus siglas en inglés), ampliamente utilizados por la mayoría de los bancos centrales alrededor del mundo como instrumental para el análisis de impacto de la política económica. Según Wren-Lewis (2007), estos dos desarrollos han completado el proceso de microfundamentación de la macroeconomía moderna.
No obstante, una preocupación valida de académicos y hacedores de política ha sido si la microfundamentación pudiera llegar a desnaturalizar la macroeconomía y convertirla en una rama de la microeconomía. Sobre esto, el veterano economista australiano J.E. King (2014) en su libro The Microfoundations Delusion, defiende la autonomía de la macroeconomía como una “ciencia especial” que coopera con la microeconomía, pero que no puede reducirse a ella. El autor se apoya tanto en la filosofía de la ciencia como en la historia del pensamiento económico para demostrar los peligros de lo que llama el “fundamentalismo microeconómico” y los problemas de la micro-reducción como principio metodológico.
En ese mismo tenor, debemos tener claro que la microfundamentación tampoco logrará la unificación de criterios dentro de la profesión. De hecho, la nueva macroeconomía de sólida base microeconómica está hoy representada por dos facciones ideológicamente antagónicas: la Nueva Economía Clásica y la Nueva Economía Keynesiana. Por un lado, los economistas neokeynesianos consideran que la rigidez de los salarios y los precios a nivel microeconómico es un tipo de imperfección del mercado que deja abierta la posibilidad para que las políticas gubernamentales puedan elevar el bienestar social. Por el contrario, la teoría de los Ciclos Reales (RBC, por sus siglas en inglés) sugiere que las fluctuaciones del ciclo económico son la respuesta natural y eficiente de la economía a los choques tecnológicos. En ese contexto, los nuevos clásicos afirman que la influencia de la política económica (fiscal o monetaria) es limitada y poco útil para estabilizar la economía.
A pesar de la extensa agenda pendiente, es indudable que la microfundamentación ha logrado conectar a la macroeconomía con la microeconomía, allanando así el camino para una mejor coherencia teórica y mayor solidez analítica de la Economía como ciencia y como ejercicio profesional. Sin embargo, debemos a la vez reconocer que la microfundamentación no es la panacea, ni el fin del camino. Es solo un puente más que debe cruzar la Economía en su trayectoria hacia su consolidación definitiva como área del conocimiento.
Referencias
- Arrow, K. J. (1967) “Samuelson Collected”, Journal of Political Economy 75: 730–7.
- Friedman, Milton (1968). “The Role of Monetary Policy”, American Economic Review 58, May,
- Hoover, K. D. (2010) “Idealizing Reduction: The Microfoundations of Macroeconomics”, Erkenm, 73: pp. 327-347.
- Hoover, K. D. (2015) “Reductionism in Economics: Intentionality and Eschatological Justification in the Microfoundations of Macroeconomics”, Philosophy of Science, 82(4), pp. 689-711.
- Jayasinghe, Prabhath (2017). “On Microfoundations of Macroeconomics”, Real-world Economics Review, issue no. 82.
- King, J.E. (2014). “The Microfoundations Delusion Metaphor and Dogma in the History of Macroeconomics”, 304 pp
- Lucas, Robert and Sargent, Thomas (1979). “After Keynesian macroeconomics”. Quarterly Review, vol. 3, issue Spring.
- Lucas, Robert Jr, (1976). “Econometric policy evaluation: A critique”, Carnegie-Rochester Conference Series on Public Policy, Elsevier, vol. 1(1), pages 19-46, January.
- Phelps, Edmund S. (1967). “PCs, Expectations of Inflation, and Optimal Unemployment Over Time”, Economica 34, August, pp. 254-81.
- Phelps, Edmund S. (1968). “Money-wage Dynamics and Labor-Market Equilibrium,” Journal of Political Economy 76, July-August, pp. 678-711. pp. 1-17.
- Rodrigo, C. (2020). “Micro and Macro: The Economic Divide”. Finance & Development https://www.imf.org/external/pubs/ft/fandd/basics/bigsmall.htm
- Wren-Lewis, S. (2007) “Are There Dangers in the Microfoundations Consensus?”, In P. Arestis, (ed.) Is There a New Consensus in Macroeconomics?, Basingstoke: Palgrave Macmillan.