“El que crea que en un mundo finito el crecimiento puede ser infinito, o es un loco, o un economista”.
Kenneth Boulding (1910 – 1993)
Una de las primeras alertas sobre las implicaciones del crecimiento económico para el medio ambiente fue plasmada en el informe «Los límites del crecimiento», elaborado por un grupo de reputados economistas del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés) a inicios de la década de 1970, la cual captó rápidamente la atención por coincidir con la crisis petrolera y energética internacional desatada en 1973. Las conclusiones del informe generaron un gran revuelo en el mundo académico por su similitud con los postulados de Thomas Malthus[1]. Se afirmaba que, si no se detenía el crecimiento de la población mundial y la acumulación de capital, y no se lograba renovar o modernizar el capital existente que permitiera ahorrar recursos, por un lado, y contaminar menos, por el otro, los recursos del planeta se agotarían en 100 años, derivando en un colapso económico y social. Personalidades influyentes de la época, como el economista y pacifista inglés Kenneth Boulding, fueron partidarios de la hipótesis del “crecimiento cero”, la cual consideraba que, solo alcanzado el estado estacionario y el control poblacional, se podría lograr la sostenibilidad económica y ambiental.
Influenciado por el avance de esas ideas, el término desarrollo sostenible fue acuñado por primera vez de manera institucional en el informe «Nuestro futuro común» o «Informe Brundtland».[2] Este documento, además de identificar los principales factores que estaban afectando el medio ambiente, marcaba la hoja de ruta que conduciría la transición hacia el desarrollo sostenible para el 2020 y años posteriores. A partir de entonces, los gobiernos de las economías avanzadas y organismos internacionales asumían el compromiso de desarrollar políticas y proyectos sostenibles desde el punto de vista económico y ecológico. A medida que se fueron celebrando sucesivas cumbres a favor del medio ambiente y la sostenibilidad, el compromiso asumido por los gobiernos se fue fortaleciendo.
Actualmente, la mayoría de los programas de financiamiento y ayudas al desarrollo impulsados desde los países donantes, agencias oficiales y organismos multilaterales, están condicionados a que contribuyan en alcanzar los objetivos plasmados en las distintas cumbres mundiales sobre desarrollo sostenible. Sin embargo, adoptar un nuevo modelo económico basado en la sostenibilidad ambiental como resultado de una imposición foránea o receta universal diseñada en economías avanzadas con realidades muy distintas, para ser empleadas en países en desarrollo con prioridades básicas y elementales aun insatisfechas y en un plazo relativamente corto, pudiera generar efectos adversos a los deseados. Aunque pueda parecer sorprendente, la propia manera en que se está llevando a cabo la transición energética y digital podría empeorar las condiciones de vida en muchas comunidades y la sostenibilidad de su medio ambiente.
A priori, los principios sobre los cuales se basa la transición energética y digital podrían resultar nobles. La primera tiene como objetivo transformar el sistema energético basado en combustibles fósiles en uno de cero o bajas emisiones de Co2, sustentado en energías renovables. Mientras que la segunda persigue poner los datos a favor del crecimiento y bienestar de los seres humanos (OCDE, 2019). Es importante destacar, que tanto la una como la otra se apoyan en el uso de dispositivos electrónicos, lo cual no debería ser un problema si estos dispositivos son fabricados sin perjudicar el medio ambiente.
Sin embargo, lo que no se dice en voz alta cuando se promueve la transición energética y digital es que estos dispositivos, además de utilizar los minerales conocidos como “tierras raras”[3] para su fabricación, también forman parte de la industria basada en la obsolescencia programada. Wiser (2016) indica que la obsolescencia programada obedece a la fabricación de equipos con una vida útil determinada de manera deliberada por el fabricante o generar la situación de manera ficticia de que el equipo deje de ser deseable por el consumidor en un tiempo determinado. Por este motivo, según el Programa para el Medio Ambiente de Naciones Unidas (PNUMA), cada año se generan en promedio a nivel mundial 50 millones de toneladas de basura tecnológica. De mantenerse los hábitos de consumo actuales, esta cifra podría alcanzar los 120 millones de toneladas en 2050 (Villena, 2021). No obstante, aunque la industria tecnológica se encuentra entre los principales promotores de la transición energética, digital y el desarrollo sostenible, su industria sigue fundamentada sobre la base de la obsolescencia programada.
La extracción de las “tierras raras” para fabricar los componentes que requieren los aerogeneradores y smartphones requiere de la utilización de químicos agresivos que, además de dañar el subsuelo afectando la producción agrícola y crianza animal de las zonas aledañas, así como a la salud y medio de vida de sus habitantes, suele encontrarse junto a minerales radiactivos como el torio o el uranio. Es precisamente por estas razones, que a pesar de lo comunes que son estos minerales por la gran abundancia de algunos de ellos, en la mayoría de las economías avanzadas las legislaciones ambientales restringen la extracción de estos minerales por el alto daño ambiental que ocasionan.
De acuerdo con Doménech (2021), para fabricar un aerogenerador y producir energía eólica que alcance una potencia de un megavatio, se requiere fusionar al menos una tonelada de neodimio y disprosio para fabricar los imanes permanentes supermagnéticos que requiere. Asimismo, para fabricar el motor de un vehículo eléctrico de “cero emisiones” se requiere cerca de un kilogramo de neodimio y unos diez kilogramos de otras tierras raras para la fabricación de las baterías que lo impulsarán. En el libro titulado “La Guerra de los Metales Raros: La Cara Oculta de la Transición Energética y Digital”, del autor Guillaume Pitronse, se presenta un profundo análisis sobre todos los intereses que envuelven a esta nueva era energética que, en teoría, prometía ser mucho más ecológica y sostenible que la actual, pero que, en la práctica, no está resultando así.
Desde que estos minerales se están utilizando en la fabricación de equipos tecnológicos, China ha venido liderando la extracción de tierras raras a nivel mundial. Para el año 2020, China concentró el 57.6% de la producción mundial (Ver Gráfica 1.). Como se señala en Jiménez (2014a) y (2014b) la reducida oferta por parte de los principales productores de tierras raras y el interés por controlar los territorios donde existan grandes yacimientos de estos minerales aún por explotar, podrían generar conflictos regionales e internacionales. Sobre el particular y en relación a la situación reciente de Afganistán, medios de comunicación como CNN, euronews o elEconomista señalan a China, Rusia y Pakistán como interesados por el 1.4 millón de toneladas de elementos pertenecientes a las tierras raras como lantano, cerio, neodimio, así como otros minerales indispensables para fabricar equipos de alta tecnología como el litio, que ahora están bajo el control del nuevo gobierno Talibán.
Fuente: Statista 2021
El caso del litio, aunque no forma parte de las tierras raras, es una materia prima fundamental para la fabricación de baterías. En tal sentido, los países que disponen también de grandes yacimientos de este mineral, como Argentina y Bolivia, por señalar algunos de la región de América Latina y el Caribe (ALC), están despertando gran interés por parte de las naciones que lideran la fabricación de los dispositivos electrónicos y equipos vinculados a las energías renovables, lo cual está generando presiones internas a nivel político y en los distintos niveles de gobiernos (nacional, regional y local). Esto se debe a que, además de los permisos de explotación correspondientes, se requiere de agua en abundancia, la cual, en muchos casos, es escasa en los territorios en donde se encuentran los minerales, obligando a atraer el agua por viaductos afectando a otras localidades, así como también, por los residuos tóxicos derivados de la extracción.
Como hemos podido apreciar, el proceso de la transición energética y la transición digital hacia un nuevo modelo de desarrollo sostenible no está resultando tan beneficioso para el medio ambiente como se podría esperar. Además del impacto irreversible que la extracción de los minerales pertenecientes al grupo de las tierras raras genera sobre el medio ambiente, la reducción de la vida útil de los equipos a través de obsolescencia programada está generando un problema ambiental que podría ser en el futuro, similar o de mayor magnitud que el actual.
_______________________________
[1] Malthus en su obra «Ensayo sobre el principio de población” de 1798, determinó que la población estaba creciendo a una velocidad superior a la capacidad de producción alimentos de la tierra, lo cual derivaría en “hambruna, conflictos y muerte”.
[2] El informe presentado en 1987, fue elaborado por la Comisión Mundial sobre Medioambiente y Desarrollo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), bajo el liderazgo de la ex primera ministra de Noruega Gro Harlem Brundtland.
[3] Las tierras raras son un grupo conformado por 17 de elementos químicos de la tabla periódica utilizados para fabricar productos tecnológicos y armamento.
Referencias:
- Bardi, U. (2021): Los límites del crecimiento retomados. Los Libros de la Catarata.
- Brundtland, G. H. (1989): Nuestro futuro común. In Congreso internacional de tecnologías alternativas de desarrollo: ponencias y comunicaciones (pp. 7-8). Servicio de Extensión Agraria. Publicaciones.
- Doménech, Francisco (2021): La guerra de las tierras raras
- Jiménez, Huáscar (2014): ¿Amenazan las Tierras Raras las Relaciones Globales? (I-II) y (II-II). Blog Empírica.
- Meadows, D. H. (1996): Más allá de los límites. Ecología y desarrollo. Madrid: UCM, 57-72.
- Meadows, Randers, & Meadows (2013): The Limits to Growth (1972) (pp. 101-116). Yale University Press.
- OECD (2019): https://www.oecd-ilibrary.org/science-and-technology/going-digital-shaping-policies-improving-lives_9789264312012-en . Organisation for Economic Co-operation and Development OECD.
- Villena, Marta (2021): Guerra contra la obsolescencia programada “La hoja de ruta europea pone el foco en el ecodiseño y el reciclaje para reducir los desperdicios tecnológicos” El País.
- Wieser, H. (2016): Beyond planned obsolescence: Product lifespans and the challenges to a circular economy. GAIA-Ecological Perspectives for Science and Society, 25(3), 156-160.