Uno de los ensayos más controversiales escritos por el ganador del premio Nobel de Economía, George Stigler, trata sobre las virtudes y fracasos del economista como consejero y orientador de la sociedad en que vive. Bajo el titulo del Economista como predicador, Stigler describe la forma como el profesional de la economía ofrece recomendaciones a los hacedores de política o a los habitantes de una sociedad basado en el principio de la eficiencia, sin tomar partido en cuestiones de equidad ni realizar juicios éticos. El economista que describe el profesor de Chicago tiende a mantenerse en su poltrona académica y predica a una distancia razonable del mundo real.
Más allá de esta visión del economista que predica y aconseja a distancia basado en su teoría y en su filosofía de la eficiencia, a lo largo de la historia una gran cantidad de estos profesionales ha combinado el rol de científico social con el de practicante, acercándose de forma interesada a los problemas del mundo. Es precisamente este grupo el que ha logrado en ocasiones profetizar la ocurrencia de eventos trascendentales y generalmente inesperados que afectan a una sociedad francamente despistada. Se trata de un rol distinto. Parafraseando a Stigler, estamos ante el Economista como profeta.
Una última aclaración antes de entrar en materia. En el contexto aquí descrito el profeta no es un pronosticador, no es ese economista empírico cuyo trabajo cotidiano consiste en proyectar la trayectoria futura de ciertas variables con modelos econométricos. Es un visionario que combinando las estadísticas, la historia, las matemáticas, la economía y la política se aventura a anunciar el avenimiento de un suceso trascendental al estilo de la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial o las grandes crisis financieras.
Comencemos por Marx, ese economista y filósofo alemán que profetizó más que nadie en el siglo diecinueve. Con su sistema inexorable, como le llamó Robert L. Heilbroner (1992), Marx se montó en la historia pronosticando para el capitalismo tanto una trayectoria futura como un dramático final. En ese tour de force acertó en muchas ocasiones, aunque su predicción final de que el derrumbe del sistema capitalista por sus propias contradicciones era inevitable nunca se cumplió.
En su gran obra El Capital, Marx definió las leyes de movimiento del capitalismo, las cuales de forma natural tendían a exacerbar las diferencias de clases que al final de los tiempos derribarían el sistema. Fundamentalmente, Marx argumentaba que el trabajo era el único insumo capaz de generar valor en el proceso productivo y que el salario pagado a este factor debía estar vinculado al valor generado. En este estado de cosas, el capitalista solo podría obtener ganancias cuando forzaba al trabajador a laborar más horas de las necesarias, generando un excedente de valor del cual se apropiaba.
El modelo marxista pronosticaba que las ganancias se irían reduciendo en el tiempo en la medida que la férrea competencia que imponía el sistema presionara al alza los salarios. Para tratar de recuperarlas, el capitalista adoptaría primero nuevas tecnologías ahorradoras de trabajo, lo que provocaría aumentos en el desempleo y eventualmente una recesión que haría desaparecer a las empresas más pequeñas. El proceso se repetiría varias veces hasta que la economía industrial quedara dominada por la gran empresa que finalmente desaparecería en el último enfrentamiento contra la clase proletaria que inconscientemente ayudó a fortalecer.
Lo que vendría después sería la revolución y en la visión marxista la transición a una suerte de “dictadura del proletariado” y eventualmente a un régimen comunista. Como afirma Heilbroner, varias de las predicciones de Marx sobre la dinámica del sistema se cumplieron aun en los países desarrollados donde las ganancias fueron decreciendo, los ciclos de negocios de expansiones y recesiones se hicieron más evidentes y las economías pasaron a ser dominadas por las grandes empresas. No obstante, su pronóstico final de un colapso inevitable del sistema capitalista en las naciones industriales de Europa y de los Estados Unidos fue una rotunda equivocación.
Como Marx, John Maynard Keynes mostró un inmenso poder predictivo en distintos episodios de su vida, aunque, contrario a lo que se puede pensar, la Gran Depresión no estuvo entre los eventos que acertadamente profetizó. Keynes construyó una teoría sobre la Gran Depresión y propuso una solución que se convirtió en el remedio por excelencia de estos fenómenos económicos extremos, pero como muchos de sus contemporáneos no pudo prever con antelación el nefasto evento.
Donde Keynes demostró una visión acertada del futuro fue durante su participación en las conversaciones de Versalles, como representante del gobierno inglés, para definir las indemnizaciones que deberían pagar los alemanes y sus socios a los aliados por su rol en la Primera Guerra Mundial. Keynes no pudo ser más vocal ni enfrentar con mayor vehemencia la posición radical de los líderes franceses, ingleses y norteamericanos de imponer una pena económica draconiana a sus rivales.
Advirtió con convicción que de continuar insistiendo en estas imposiciones se sembraría la semilla de una crisis económica dramática, como eventualmente ocurrió, que traería miseria y frustración a los habitantes del antiguo imperio astro-húngaro. Empobrecidos y desesperados, los ciudadanos de estos países se radicalizarían sembrándose la semilla para una nueva conflagración mundial. Ni más ni menos, Keynes predijo la ocurrencia de la Segunda Guerra Mundial, dejando su testimonio plasmado en un texto valorado a nivel universal, Las consecuencias económicas de la paz.
Otro caso interesante de premonición acertada en la historia de la economía fue el anuncio temprano del profesor Robert Mundell, ganador del Nobel de Economía en 1999, de que la arquitectura financiera internacional vigente en los años sesenta se acercaba a tiempos difíciles con el colapso inminente del sistema cambiario creado en la post guerra en la ciudad de Bretton Woods. En la visión de Mundell se acercaba un tiempo de desequilibrios externos y volatilidad cambiaria. No es casual que en su teoría sobre las áreas monetarias óptimas estuviera la semilla de una moneda común para Europa, lo que se antojaba como una solución a los tambaleos externos que se avecinaban.
Casi en paralelo con la predicción de Mundell, un colega suyo en la Universidad de Chicago, Milton Friedman, jugó un rol fundamental en desmontar la infalibilidad de la Curva de Phillips, esa regularidad empírica que mostraba la convivencia pacífica de altos niveles de desempleo con baja inflación y viceversa. Aunque por caminos distintos, Friedman junto a Edmund Phelps, incorporó las expectativas de los agentes económicos a la relación tradicional de Phillips, encontrando que en la medida que los hacedores de política siguieran explotando este intercambio entre inflación y desempleo sería inevitable que apareciera la estanflación, es decir, el peor de los mundos donde tanto la inflación como el desempleo se mantenían en niveles excesivamente altos. Los años setenta fueron testigos de las premoniciones de Mundell, Friedman y Phelps.
Aunque estuvo un corto tiempo por Chicago, André Gunder Frank renegó de todo lo aprendido en esa casa de altos estudios. Lo que parece haberse llevado del medio oeste estadounidense fue la capacidad de profetizar. En los años noventa del siglo pasado, este economista, padre de la teoría de la dependencia, publicó ReOriente: Economía global en la era asiática, texto donde pronosticaba el camino de China a convertirse en la principal economía del mundo. En su libro, Gunder Frank invitaba a Occidente a “reorientar” su mirada a China, porque más temprano que tarde este gran coloso volvería a dominar la economía mundial como la había hecho antes de la Revolución Industrial. Siendo China hoy el mayor exportador y la segunda economía más grande del universo no queda más que darle el crédito al profesor Gunder Frank por su prístina visión.
De los noventas hasta el momento actual, pasaron muchos años de estabilidad global y de precios. Tanto tiempo pasó bajo condiciones favorables que Olivier Blanchard identificó el momento histórico vivido en las siguientes dos décadas como la Gran Moderación, haciendo alusión al dominio casi absoluto que la política económica había exhibido sobre el ciclo económico. No obstante, los hechos probaron que era muy temprano para cantar victoria. La humanidad y, en particular, la profesión de la economía sería sorprendida por la crisis financiera más grande de los últimos ochenta años.
Aunque el advenimiento del suceso pasó desapercibido para casi toda la profesión, unos pocos advirtieron con tiempo la tormenta que se avecinaba. A pesar de lo difícil que era pensar que una crisis de magnitud global se pudiera originar en un mercado tan pequeño en relación con la economía mundial como era el mercado hipotecario de los Estados Unidos, al menos dos economistas profetizaron lo que nos esperaba. Raghuran Rajan, profesor de finanzas en la Escuela Booth de la Universidad de Chicago y Nouriel Roubini, profesor de la Universidad Estatal de Nuevo York (NYU), señalaron claramente lo que ocurriría. El primero lo hizo en 2005 en el foro anual de la Reserva Federal en Jackson Hole, Wyoming, mientras el segundo presentó sus argumentos en el Fondo Monetario Internacional en 2006, en ambos casos ante auditorios incrédulos y más bien hostiles.
Las reacciones de estos auditorios representan lo que típicamente enfrentan los profetas cuando anuncian malas noticias, un rechazo generalizado acompañado de comentarios burlescos. Por esa razón, para predecir eventos como los aquí descritos se requiere una alta dosis de convencimiento y de paciencia que permita resistir los ataques que vendrán. A los profetas de este artículo le sobraban esas condiciones. Por eso fueron capaces de pronosticar una tormenta en un ambiente de cielos despejados. La sociedad solo reconoció su poder profético cuando los hechos estaban consumados y el agua corría por todos los rincones.
Referencias:
- Blanchard, O., Dell’Ariccia, G., & Mauro, P. (2010). Rethinking macroeconomic policy. Journal of Money, Credit and Banking, 42, 199-215.
- Gordon, R. J. (2018). Friedman and Phelps on the Phillips curve viewed from a half century’s perspective. Review of Keynesian Economics, 6(4), 425-436.
- Frank, A. G. (1998). ReOrient: Global economy in the Asian age. Univ of California Press.
- Heilbroner, R. L. (1992). The worldly philosophers: the lives, times, and ideas of the great economic thinkers. Touchstone; Simon & Schuster.
- Keynes, J. M. (1920). Las consecuencias económicas de la paz.
- Mundell, R. A. (1961). A theory of optimum currency areas. The American economic review, 51(4), 657-665.
- Mundell, R. A. (1972). The future of the international financial system. In Bretton woods revisited(pp. 91-103). Palgrave Macmillan, London.
- Rajan, R. G. (2011). Fault lines: How hidden fractures still threaten the world economy. princeton University press.
- Roubini, N., & Mihm, S. (2010). Crisis economics: A crash course in the future of finance. Penguin.
- Snowdon, B., & Vane, H. R. (2005). Modern macroeconomics: its origins, development and current state. Edward Elgar Publishing.
- Thirlwall, A. P. (2003). La naturaleza del crecimiento económico: un marco alternativo para comprender el desempeño de las naciones. Fondo de cultura económica.