Fue Robert Lucas quien dijo “una vez se empieza a pensar en temas de crecimiento es difícil pensar en otra cosa”. La frase, una sentencia inapelable sobre la importancia del crecimiento en la ciencia económica, resulta más impactante cuando se piensa que fue pronunciada por alguien más interesado en el impacto de las expectativas racionales en la macroeconomía que en el estudio del fenómeno del crecimiento; ¿Qué pudo haber pasado para que en el ocaso del siglo XX, el macroeconomista nuevo clásico por antonomasia diera tal preminencia a un tema ausente de su agenda de investigación durante su larga batalla contra el keynesianismo?
Dada su proclividad teórica y su irrefutable desdén por la intervención pública, es improbable que la valoración de Lucas del crecimiento fuese un arrebato práctico orientado a priorizar el rol del gobierno como garante del desarrollo. Es más creíble que su interés repentino por el crecimiento fuese estimulado por la necesidad de transformar una teoría que le parecía incompleta, específicamente, la teoría neoclásica de crecimiento basada en los trabajos seminales de Robert Solow (1956, 1957). Independientemente de sus motivos, con su frase, Lucas había puesto el dedo en la llaga. Había llegado el momento de importantizar una rama de la economía de la cual dependía la calidad de vida de millones de personas.
Durante muchos años se asumió que el camino más corto hacia el crecimiento y eventualmente, hacia el desarrollo económico, era un aumento de la inversión financiada por ahorro doméstico o por ayuda financiera internacional. Este paradigma basado en el archiconocido modelo de Harrod-Domar, fue desmitificado por el modelo de Solow, una construcción teórica elegante y rigurosa que mostraba que el crecimiento económico era más sensible al progreso técnico que a los cambios en la dotación de los factores de producción.
Aunque el modelo de Solow significó un gran avance en la teoría del crecimiento, fue objeto de duras críticas por no ofrecer una explicación convincente de que determinaba el progreso técnico. Esta carencia fundamental se hizo más evidente en la medida que se fueron haciendo ejercicios de contabilidad de crecimiento para contrastar empíricamente el modelo de Solow. En la mayoría de los casos, se observó que más de la mitad del crecimiento de los países estaba explicado por la productividad total de los factores (PTF), el residuo luego de excluir de la ecuación de Solow la influencia de los factores de producción.
Dada estas limitaciones, se hizo necesario ampliar o complementar el modelo de Solow en dos vertientes; una teórica, endogenizando el progreso técnico, y otra empírica, ampliando los ejercicios de contabilidad y haciendo uso extensivo de las regresiones del crecimiento para identificar los determinantes de la PTF. La primera tarea se logró con la teoría de crecimiento endógeno, desarrollada por Paul Romer[1]. La segunda registró grandes avances con la ampliación de los ejercicios de contabilidad de crecimiento (Mankiw, Romer y Weil, 1992) y la introducción de una gran cantidad de regresiones para explicar los determinantes del crecimiento (Barro; 1991, 1997; Sala-i-Martin, 1997, Person y Tabellini, 1991; Easterly et al, 1993).
No obstante los avances en la teoría neoclásica del crecimiento, faltaba algo, ¿Cómo utilizar toda esta riqueza teórica y empírica para transformar las economías en desarrollo? Para responder a esa pregunta, un grupo de economistas entre ellos Dani Rodrik, Ricardo Haussman, Andrés Velasco, Lans Pritchett y Bill Easterly, se propuso estudiar el fenómeno del crecimiento con un enfoque más ecléctico, argumentando que el desarrollo era un fenómeno complejo y que alcanzarlo requería algo más que simplemente exportar a los países pobres estrategias de desarrollo diseñadas en los centros de poder.
Al margen de sus marcadas diferencias, si algo tuvieron en común la industrialización por sustitución de importaciones, la planificación del gran empujón (Big Push), el Consenso de Washington y otras estrategias de desarrollo, fue la fe de sus autores de que las políticas que componían estos esquemas podían implementarse con éxito en distintos países independientemente de su desarrollo institucional. Contrario a esta creencia, el grupo de economistas eclécticos veía las políticas de desarrollo como contexto-dependiente, es decir, con su éxito condicionado por el entorno donde se implementaran.
Estos argumentos se ven claramente en una investigación que analiza unos ochenta episodios de aceleración del crecimiento ocurridos en el mundo desde mediados del siglo pasado (Rodrik, Haussman y Pritchett, 2004). En el estudio se observa que una inmensa mayoría de los países que experimentaron episodios de aceleración del crecimiento[2] fue incapaz de sostener el crecimiento en el mediano plazo, indicando que es mucho más fácil iniciar un proceso de expansión que mantenerlo. Mas aún, entre los países que si lograron mantener el crecimiento en el tiempo, se observa un punto común; todos, sin excepción, fueron construyendo una institucionalidad que les permitió el cumplimiento de principios económicos fundamentales como los derechos de propiedad, la observancia de los contratos, el fomento de la competencia, la estabilidad monetaria y la sostenibilidad fiscal.
Cabe destacar que las instituciones desarrolladas en estos países no se construyeron a imagen y semejanza de las existentes en otros países. Son ordenamientos propios que se fueron alcanzando en un proceso pragmático de “tratar y errar”, mezclando elementos heterodoxos con la ortodoxia tradicional. En ese sentido, las instituciones que funcionan son aquellas capaces de preservar en el país en cuestión principios fundamentales como los mencionados anteriormente. No se trata de imponer estrategias, sino de diseñarlas y ejecutarlas usando toda la información relevante que nos da la teoría y tomando en cuenta el contexto institucional del país donde se pretende implementar.
Todos estos elementos constituyen la base para el desarrollo de una teoría de diagnóstico del crecimiento (Haussman, Rodrik y Velasco, 2008), una suerte de carta de ruta que permite llevar a la práctica de la forma más efectiva posible el proceso de reformas que necesita un país que quiere crecer y desarrollarse. La necesidad de realizar un diagnóstico del crecimiento proviene del hecho de que en cualquier país un gobierno reformador cuenta con recursos escasos y con un capital político limitado. Empeñarlos en acometer un proceso comprehensivo de reformas económicas es una estrategia fútil que además podría terminar agravando conflictos sociales y políticos latentes.
Dada esta realidad, los teóricos del diagnóstico del crecimiento son partidarios de un enfoque más general que comience por identificar cuáles son las principales restricciones que limitan el crecimiento económico del país. Una vez se jerarquizan esas restricciones, el reformador debe enfocarse en aplicar políticas orientadas a remover lo más pronto posible la que haya sido identificada como la principal limitación al crecimiento. Cumplido este proceso, el diagnóstico se adapta a las nuevas condiciones, sugiriendo nuevas políticas. El proceso es dinámico y no se detiene hasta que el país logre desarrollar instituciones eficientes.
La teoría del diagnóstico de crecimiento es un acercamiento práctico a la formulación de estrategias de desarrollos mas adaptables y humildes que las estrategias tradicionales, las cuales tendían a promover un conjunto de políticas que “servían a todos” sin tomar en cuenta las realidades sociales, políticas, culturales y económicas de las naciones en desarrollo. Este maridaje entre la teoría del crecimiento y el institucionalismo económico promueve un formato para la acción que debemos abrazar. Se trata de aceptar que muy frecuentemente los economistas nos equivocamos, por lo que nos conviene seguir un procedimiento de “tratar y errar”. Eso contribuye a la humildad, un logro nada despreciable si tomamos en cuenta que como dice Rodrik a veces “los economistas somos una pandilla de arrogantes, con pocas cosas por las cuales ser arrogantes”.
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[1] El propio Lucas realizó contribuciones seminales a esta literatura (Lucas, 1988).
[2] Un crecimiento importante por al menos ocho años.
Referencias:
- Barro, R. J. (1991). Economic growth in a cross section of countries. The quarterly journal of economics, 106(2), 407-443.
- Barro, R. J. (1996). Determinants of economic growth: A cross-country empirical study. MIT Press. Cambridge, Mass.
- Bosworth, B., & Collins, S. M. (2003). The empirics of growth: An update. Brookings papers on economic activity, 2003(2), 113-206.
- Easterly, W. (1998). The quest for growth. World Bank.
- Easterly, W., Kremer, M., Pritchett, L., & Summers, L. H. (1993). Good policy or good luck? Country growth performance and temporary shocks(No. w4474). National Bureau of Economic Research.
- Rodrik, D. (2008). One economics, many recipes: globalization, institutions, and economic growth. Princeton University Press.
- Rodrik, D. (2010). Diagnostics before prescription. Journal of Economic Perspectives, 24(3), 33-44.
- Hausmann, R., Rodrik, D., & Velasco, A. (2008). Growth diagnostics. The Washington consensus reconsidered: Towards a new global governance, 324-355.
- Hausmann, R., Klinger, B., & Wagner, R. (2008). Doing growth diagnostics in practice: a ‘Mindbook’. CID Working Paper Series.
- Hausmann, R., Pritchett, L., & Rodrik, D. (2005). Growth accelerations. Journal of economic growth, 10(4), 303-329.
- Mankiw, N. G., Romer, D., & Weil, D. N. (1992). A contribution to the empirics of economic growth. The quarterly journal of economics, 107(2), 407-437.
- Persson, T., & Tabellini, G. (1991). Is inequality harmful for growth? Theory and evidence (No. w3599). National Bureau of Economic Research.
- Sala-i-Martin, X. X. (1997). I just ran four million regressions (No. w6252). National Bureau of Economic Research.
- Solow, R. M. (1956). A contribution to the theory of economic growth. The quarterly journal of economics, 70(1), 65-94.
- Blinder, A. S. (1999). Central banking in theory and practice. Mit press.
- Mankiw, N. G. (2006). The macroeconomist as scientist and engineer. Journal of Economic Perspectives, 20(4), 29-46.