La influencia de un economista difunto: Apuntes sobre el Maestro y su teoría general
Es común que las grandes obras de economía y, para los fines de lugar, de cualquier ciencia social, estén sujetas a múltiples interpretaciones. Dada la riqueza de su contenido y la complejidad del pensamiento de sus autores, no debería sorprender que existan distintas lecturas de un mismo texto. Desde El Capital, salido del complejo cerebro de Karl Marx, hasta la Riqueza de las naciones, hija de la mente sin par de Adam Smith, las grandes obras han dejado como herencia variadas interpretaciones, en algunos casos suscitando el nacimiento de distintas corrientes o escuelas de pensamiento.
En macroeconomía, no existe obra alguna con tantas interpretaciones y que haya originado tantas escuelas, corrientes y paradigmas como la Teoría general del empleo el interés y el dinero de John Maynard Keynes. Desde su publicación en 1936, esta obra magnífica se adueñó del imaginario económico, particularmente de las mentes jóvenes de la profesión quienes fueron sucumbiendo una a una a las ideas keynesianas “con la inesperada virulencia que una nueva enfermedad ataca y diezma a una aislada tribu de isleños de los mares del sur” (Samuelson, 1946).
Desde el keynesianismo hidráulico montado en el modelo IS-LM de Hicks y en la síntesis neoclásica de Samuelson, hasta el keynesianismo fundamentalista que apostó por la competencia imperfecta de Joan Robinson y la visión de crecimiento de Nicky Kaldor, pasando por el desequilibrio dinámico de Patinkin y Leijonhufvud y las rigideces de precios y salarios de los nuevos keynesianos, la teoría general ha sido la arcilla usada por los constructores de la macroeconomía keynesiana. A la vez, este controversial texto se ha constituido en el material que debe ser transformado o desechado por los detractores monetaristas y nuevos clásicos en el camino hacia la construcción de la macroeconomía moderna.
La influencia de su famosa obra se extiende a la variopinta heterodoxia macroeconómica donde el Maestro, como le llamara Robert Skidelski, tiene sus partidarios más radicales entre los postkeynesianos modernos, cuenta con algunos simpatizantes entre los estructuralistas y los macroeconomistas del desarrollo, posee su cuota de críticos entre los marxistas, los neoricardianos y los institucionalistas y afronta su oposición más férrea entre los austríacos, liderados por ese extraordinario pensador que fuera su némesis, su más enconado rival, Friedrich Von Hayek.
El punto esencial es que al final del camino la obra del Maestro ha dejado indiferentes a pocos. Y, aunque en ocasiones, los detractores han tenido éxito sacudiendo sus más profundos cimientos, como los gatos con siete vidas la teoría general ha vuelto a revivir cada vez que algún país del mundo se empantana en las aguas de la recesión. Así como el creyente se aferra a la Biblia en la búsqueda de su salvación, los economistas se agarran de la teoría general (o cualquiera de sus afluentes) cuando el cuerpo de la economía languidece moribundo atacado por el virus recesivo.
Del porque la teoría general se convirtió en la referencia macroeconómica por excelencia, pudo haber sido por las preferencias, los juicios de valor o las visiones políticas de los economistas que han leído e interpretado la obra. No cabe dudas de que esta es una posibilidad real. El problema con esta hipótesis es que, si ese es el caso, las múltiples interpretaciones de la teoría general se deben a las manías y obsesiones de sus lectores y poco tienen que ver con quien la escribió. Prefiero creer, como afirma Gerrard (1991), que fue el Maestro con “sus dificultades de estilo, sus inconsistencias y sus errores” quién dejó una gran parte de su obra sujeta a la interpretación.
Este razonamiento nos lleva a pensar que el medio escogido por Keynes para llevar su mensaje tuvo mucho que ver con esa ambigüedad del texto que permite distintas lecturas. En esa línea, al embarcarse en el ambicioso proyecto de construir una teoría general del empleo, el interés y el dinero, el Maestro prefirió llevar su mensaje con palabras y no con la rigurosidad del lenguaje matemático a pesar de dominarlo como muestra su gran tratado sobre probabilidad escrito en los años veinte del siglo pasado.
Dado que en el prefacio de su teoría general Keynes dice dirigirse especialmente a sus colegas economistas, el uso de las palabras para comunicar su mensaje debió haber tenido otro objetivo que no fuera el de la claridad y la consistencia que podía brindarle el lenguaje matemático. Tampoco parece ser que el Maestro estuviera convencido de que con el uso de las palabras llegaría más fácilmente a un público más amplio. Después de todo, en el prefacio de su obra también afirmó que, aunque bienvenido al debate, “el público en general sería solo un curioso que observaría el intento de un economista de encontrar una solución a las diferencias profundas de criterio que hay entre él y los demás”.
Definitivamente las matemáticas no fueron desechadas por Keynes por representar una barrera para el lector ya que su libro estaba dirigido a sus colegas economistas. Ni tampoco fueron relegadas con el fin de presentar sus ideas de forma más clara a un público más amplio. Como bien dice Johnson (1974), “la teoría general no es precisamente lo que uno escoge como opción para una buena lectura en la cama”. El problema era otro.
Para Keynes, rechazar el lenguaje matemático fue la forma de asegurarse que su amplia visión del mundo no quedaría presa en una apretada síntesis tras los barrotes del equilibrio general. El Maestro debió temer que quedarán cosas por decir. Pudo pensar que, si se iba a echar encima ciento cincuenta años de historia económica clásica, bien lo haría por lo grande con una crítica mordaz plasmada en el papel palabra por palabra. Lo cierto es que por la razón que fuere con su elección Keynes salvó su opus magnum y, algo mejor, le dio a la macroeconomía la oportunidad de convertirse en lo que es hoy, una disciplina rica en ideas y visiones que nos permite una mejor comprensión del mundo en que vivimos.
Referencias:
- Gerrard, B. (1995). Keynes, the Keynesians and the classics: a suggested interpretation. The Economic Journal, 105(429), 445-458.
- Hicks, J. R. (1937). Mr. Keynes and the classics; a suggested interpretation. Econometrica: journal of the Econometric Society, 147-159.
- Johnson, E. (1974). John Maynard Keynes: Scientist or Politician?. Journal of Political Economy, 82(1), 99-111.
- Keynes, J. M. (2014). Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero. Fondo de cultura económica.
- Lavoie, M. (2006). Do heterodox theories have anything in common? A post-Keynesian point of view. European Journal of Economics and Economic Policies: Intervention, 3(1), 87-112.
- Marshall, A. (2009). Principles of economics. Cosimo, Inc.
- Marx, K., & Engels, F. (1978). El Capital: Libro primero. El proceso de producción del Capital. Siglo XXI.
- Samuelson, P. A. (1946). Lord Keynes and the general theory. Econometrica.
- Skidelsky, R. (2010). Keynes: the return of the master. PublicAffairs.
- Smith, A. (2019). La riqueza de las naciones.
- Snowdown, B. V. (1994). H. and Wynarczyk, P., A Modern guide to Macro Economics. An introduction to Competing Schools of Thought.