La apertura económica y el COVID-19: ¿Qué lecciones podemos aprender de la gripe española?
Cuando los economistas pensamos en un choque de oferta lo primero que viene a la mente es un acontecimiento inesperado que dispara los costos de las empresas y reduce su capacidad de producir bienes y servicios. En República Dominicana, una distorsión de este tipo es generalmente el resultado de un fenómeno climático asociado a su posición geográfica o el producto de una crisis petrolera originada en la geopolítica internacional. Este año, sin embargo, la humanidad enfrenta un choque de oferta distinto, la disrupción de la producción ocasionada por una pandemia.
La secuencia de hechos es conocida. Por su rápido nivel de propagación y su potencial efecto de letalidad en adultos mayores o en personas con ciertas enfermedades crónicas, el COVID-19 debe ser enfrentado con medidas de aislamiento social que llevan indefectiblemente al cierre de una parte importante de la economía. En buen cristiano, la solución para el choque de oferta es una recesión, con su secuela de destrucción de empleos y pérdida de ingresos para la sociedad. Como es natural, al choque de oferta le sigue un choque de demanda que el gobierno trata de acomodar con políticas keynesianas de gasto, postergando para el futuro cualquier ajuste fiscal.
Una vez se alcanza este estado de cosas, tanto las medidas de confinamiento social como la eventual consolidación de las cuentas públicas pasarán a depender de lo que digan las estadísticas sobre la dirección que lleva la pandemia. Una vez se haga evidente que el crecimiento de los casos y la tasa de fatalidad se han moderado vendrá el debate de la apertura y el cese del aislamiento social. Más adelante, cuando la economía se recupere y se perciba el retorno a la normalidad llegará la discusión sobre el necesario ajuste fiscal.
Unos dos meses después de que el virus circulara por primera vez en el territorio nacional, en República Dominicana se entendió que la dirección de la pandemia se había revertido. En consecuencia, se aprobó un plan de apertura de la economía en cuatro fases, dejando para la etapa final el permiso de operar de aquellos sectores cuyas actividades promueven la socialización y la aglomeración de masas. El proceso inició el 19 de mayo, pero tuvo que ser detenido un mes después por el aumento de la incidencia y la mortalidad de la pandemia. Desde entonces la economía ha operado a medias y las voces que demandan una apertura total han ido en aumento.
Aunque existen argumentos poderosos para abrir la economía, la decisión no está exenta de riesgos y puede ser, si juzgamos por la historia, altamente peligrosa. No hay muchas referencias en el pasado cercano de choques de oferta de carácter global generados por una pandemia. De hecho, lo más fresco en la memoria humana es la pandemia de la mal llamada gripe española, ocurrida hace un siglo[1]. No obstante el paso del tiempo y lo distinto de las realidades humanas entre esa época y el presente, es posible inferir de esa vieja pandemia que una apertura desordenada puede tener efectos letales.
Para extrapolar esa distante realidad a la experiencia que vivimos en la actualidad con el COVID-19 es necesario establecer las similitudes y las diferencias que existen entre las dos pandemias, lógicamente tomando en cuenta el contexto que se desarrolló cada una. Por ejemplo, la gripe española en su momento y el COVID-19 en el presente comparten la realidad de no contar con un tratamiento médico efectivo o con una vacuna probada. Asimismo, tanto hoy como en los tiempos de la gripe española, se sabía que mantener la higiene, usar mascarillas y evitar aglomeraciones sociales contribuía a reducir la probabilidad de contagio.
No obstante estas similitudes, las dos pandemias guardan marcadas diferencias relacionadas con los medios de comunicación, de transporte y los sistemas de salud existentes durante el periodo en que se desarrollaron. Por ejemplo, las diferencias en telecomunicaciones hacen más llevadero el confinamiento social de hoy que el de hace un siglo. Por otro lado, los medios de transporte moderno propagan más rápidamente el COVID-19 que lo que lo hacía la limitada transportación de principios del siglo pasado con el virus de la gripe española. En cuanto a la salud, es indudable que la medicina actual brinda una mejor oportunidad para reducir la mortalidad del COVID-19 que la que ofrecía el sistema sanitario de 1918 a la gripe española.
Quizás la mayor ventaja que tenía la gripe española sobre el actual coronavirus para limitar la expansión de la enfermedad era que las comunidades de hace un siglo estaban mucho más aisladas e imposibilitadas de viajar que las sociedades modernas. Gracias a esta realidad, durante la primera etapa de la gripe española entre enero y julio de 1918, la morbilidad y la mortalidad de la pandemia fueron más bien moderadas, no muy diferentes a lo que tradicionalmente se observaba cada año durante el periodo de vigencia de la influenza común. Sin embargo, la gripe española tuvo una segunda fase con resultados dramáticos muy distintos en pérdidas humanas y económicas ¿Qué provocó este redireccionamiento de la pandemia?
La diferencia fue que en el otoño de 1918 cuando se inicia la segunda fase, la Primera Guerra Mundial llegaba a su fin y millones de soldados de distintos ejércitos empezaron a retornar a sus respectivos países. Es fácil pensar en la movilización de decenas de millones de soldados entre países como una especie de “apertura” de una economía global en gran parte cerrada y de un mundo aislado por el estado de guerra vigente. A fin de cuentas, de un lugar a otro del globo se transportaba una cantidad enorme de potenciales agentes transmisores de la enfermedad.
Según la cronología histórica, la segunda fase de la pandemia de la gran gripe española se inició en septiembre de 1918 y finalizó en enero de 1919. La “apertura” que significó el retorno de los soldados a sus países fue un retroceso inconmensurable desde el punto de vista de la salud constituyéndose esta segunda etapa en la más letal de todas las fases que atravesó la pandemia. Por ejemplo, mientras en la primera etapa de la pandemia que duró seis meses hubo unos 75,000 muertos en Estados Unidos, en la segunda etapa en cuatro meses murieron unas 300,000 personas. Solo en la India, el país que más víctimas aportó durante la gripe española, los muertos superaron los 12 millones en la segunda etapa, más de un 25.0%, de los 43 millones de víctimas fatales que produjo la pandemia durante sus tres años de duración.
En muchos países, la negación de la evidencia sobre la gravedad de la enfermedad por parte de muchos de los responsables de tomar las decisiones de clausurar actividades o aislar a la población junto a la “apertura” que significó el retorno a casa de los soldados, fueron los principales responsables de la difícil situación que se vivió en la segunda etapa de la gripe española. Eventualmente, para contrarrestar el problema hubo que adoptar medidas de aislamiento más fuertes que las anteriores, particularmente en Estados Unidos, provocando un nuevo colapso de la actividad económica y por tanto, una recuperación tipo W, la peor de todas, pues la economía tuvo que renovar esfuerzos para afrontar por segunda vez en menos de un año los vientos depresivos.
Ahora que se escuchan las voces que claman por una apertura total de la economía dominicana y por el final del estado de emergencia y con él, de cualquier medida forzosa de confinamiento social, es preciso tener fresca la lección de la apertura velada durante la segunda fase de la gripe española. La relación directa que existe entre crecimiento de la economía y crecimiento de la pandemia es un fenómeno claramente verificable. La decisión de apertura es una clara elección por el crecimiento económico que necesariamente va a tener efectos en la propagación de la pandemia, al menos mientras no se conozca un tratamiento médico efectivo ni se tenga una vacuna.
Cuánto efecto tendrá la apertura en los nuevos casos de coronavirus dependerá entre otras cosas de las actitudes de los ciudadanos. Mientras tanto, el reto mayor para los hacedores de políticas será evitar una sobrepoblación de contagiados que haga colapsar el sistema de salud. Si seremos exitosos en ese camino está por verse. La advertencia está hecha.
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[1] La gripe ni se inició en España ni afectó de manera particular a esta nación mediterránea. Todo parece indicar que el nombre se debe a un arrebato de sinceridad de los españoles. Mientras ingleses, alemanes y norteamericanos, inmersos en la Primera Guerra Mundial, evitaron difundir información de salud considerada sensible, los españoles fueron más abiertos en admitir los casos que les afectaron y sus consecuencias.
Referencias:
• Baldwin, R., & Weder di Mauro, B. (2020). Economics in the Time of COVID-19.
• Barro, R. J., Ursua, J. F., & Weng, J. (2020). The coronavirus and the Great Influenza epidemic: Lessons from the “Spanish Flu” for the coronavirus’ potential effects on mortality and economic activity. NBER Working Paper, 26866.
• Bishop, J. (2020). Economic Effects of the Spanish Flu. RBA Bulletin June.
• Brainerd, E., & Siegler, M. V. (2003). The economic effects of the 1918 influenza epidemic.
• Keegan, J. (2014). The first world war. Random House.