La década del veinte del siglo pasado fue un periodo de gran auge económico en el mundo. En Estados Unidos, la manufactura industrial creció en promedio 5.4% impulsada por el dinamismo de la producción en bienes aún no masificados como los automóviles y la electricidad (Gordon, 2005). En el mercado de valores de Nueva York, los precios de las acciones se multiplicaron por seis, reflejo del gran optimismo que reinaba entre los estadounidenses. Las palabras de Irving Fischer en octubre de 1929 revelan el estado de ánimo reinante: “los precios de las acciones han alcanzado lo que parece un nivel permanentemente elevado”. Dos semanas después, el mercado colapsó marcando el inicio de la Gran Depresión.
Este paso súbito de “los felices veintes” a la Gran Depresión no solo puso en entredicho la sapiencia del considerado por muchos el más grande economista norteamericano de todos los tiempos, sino que provocó una mayor radicalización en un sector de la profesión bien a favor o en contra del libre mercado y la competencia. De esa manera, un grupo de economistas asumió la defensa del sistema capitalista, mientras otros se constituyeron en celosos guardianes del socialismo.
Mientras esto ocurría en círculos académicos, los Estados Unidos (EE. UU.) y la Unión de Repúblicas Socialistas y Soviéticas (URSS) se consolidaban como los legítimos representantes del capitalismo y el socialismo en el mundo real. Como era de esperarse, la radicalización de las posiciones dio origen a extensas discusiones, algunas de alto contenido mediático y de rigurosidad cuestionable. Otras, sin embargo, se constituyeron en piezas ejemplares de auténtico debate académico sobre las que vale la pena volver a pesar de los años transcurridos.
Ese es el caso del debate protagonizado por dos brillantes economistas, Ludwig Von Mises y Oskar Lange. Mises y sus condiscípulos asumieron la defensa de la libertad individual, la competencia y el mercado que predomina en el capitalismo. Lange y su séquito, argumentaron en favor de una economía centralmente planificada con predominio de la propiedad pública como la que se observa en los sistemas socialistas. Para comprender el debate entre estos dos economistas conviene seguir un orden cronológico y adentrarse en los principales puntos defendidos por una u otra posición.
Fue Mises quién inició la discusión al señalar un problema económico esencial del socialismo: En ausencia de un sistema de mercado, ¿cómo podrían calcularse los precios de equilibrio en este sistema? La respuesta de Mises a esta pregunta es que el cálculo es imposible, por lo que en el socialismo nunca se logrará una asignación eficiente de recursos. Lange reconoce que el problema del cálculo no había sido abordado por los economistas socialistas. Con algo de ironía afirma que por su planteamiento “Mises se merece una estatua frente a la Agencia de Planificación Central del estado socialista” pero advierte que “el reclamo de que el cálculo económico es imposible en el socialismo es simplemente inaceptable” (Lange, 1936, pp. 53).
¿Cuál es la lógica de Mises para identificar el problema del cálculo? Básicamente, la eliminación del mercado en el socialismo, es decir, de la libre interacción entre oferta y demanda hace imposible determinar los costos de los insumos usados en el proceso productivo. Sin esta información, un productor no puede establecer precios para sus bienes finales. La fijación de precios y la asignación de recursos quedan en manos de burócratas que, por no tener un incentivo de ganancias, “solo generan desperdicio y privación” (White, 2012, pp.37). Es preciso recordar que Mises publicó su Análisis económico y sociológico en 1922 cuando la revolución bolchevique apenas tenía cinco años de existencia y aplicaba una política de nacionalización de empresas, eliminación de la propiedad privada y abolición del mercado como la descrita por el profesor austríaco.
Para Lange (1936), el socialismo sobre el que Mises basa su análisis es apenas un periodo extraordinario donde la política económica soviética se diseñó y se implementó bajo “un comunismo de guerra”. En ese sentido, juzgar los principios que rigen el funcionamiento de un sistema económico por una situación “de excepción” es improcedente. Para Lange, el periodo 1921-1928 en que se aplica lo que se conoció como la nueva política económica (NEP) es un tiempo más apropiado para analizar las virtudes y defectos de la economía socialista. En esos años, aunque se mantenía la preeminencia de la propiedad pública, se reintrodujo el mercado cambiario, se permitió un sistema de precios y se desnacionalizaron algunos pequeños negocios.
Más allá de estas diferencias de enfoque, el debate entre Lange y Mises estuvo centrado en “el problema del cálculo’” y, por tanto, se trató de visiones encontradas de la teoría económica. Lange planteó que los argumentos de Mises sobre la imposibilidad de calcular precios en el socialismo se originaban en una confusión del economista austríaco en cuanto a la naturaleza de los precios. Mises considera el precio simplemente como la razón de intercambio entre dos bienes en el mercado. En ese sentido, el precio es similar al costo (Knight, 1934) y si el costo no se puede computar, el precio tampoco. No obstante, Wicksteed (1898) avanza una definición más general donde los precios son “los términos a los que se ofrecen distintas alternativas”.
Si se toma esta visión más general de los precios, el “problema del cálculo” pasa a ser un problema de elección entre alternativas, algo matemáticamente solucionable si se cuenta con la información relevante. Para que el cálculo sea posible, plantea el economista polaco y profesor de Chicago, se necesita conocer tres cosas: 1) una escala de preferencia entre las alternativas; 2) los recursos disponibles en la economía; y 3) los términos a los que las alternativas son ofrecidas. En la visión de Lange, los dos primeros supuestos están dados en una economía socialista y el último, depende de las distintas funciones de producción sobre las cuales “el administrador socialista tiene exactamente el mismo conocimiento que el emprendedor capitalista” (Lange, 1936, pp. 55).
Entonces, solucionado el problema del cálculo, los precios de equilibrio en una economía socialista pueden obtenerse mediante un proceso de tanteo como el definido en su momento por Leon Walras. Todo comienza con el anuncio de un precio por parte del consejo o el burócrata encargado. El planificador entonces observa si aparece o no escasez. Si hay escasez, debe anunciarse un alza del precio pues el mercado acusa un exceso de demanda. En el caso contrario se aplica una baja de precios. El proceso se repite una y otra vez hasta que la oferta iguale la demanda. Con este esquema de tratar y errar se llega, argumenta Lange, a un precio de equilibrio.
Al resolver el problema del cálculo desde la teoría económica, Lange aparentaba haber ganado el debate. El crecimiento logrado por la URSS, sobre todo a partir de 1950 solidificaba esta percepción. No obstante, a partir de 1940, el más aventajado de los discípulos de Mises, Friedich Von Hayek orquestó una contraofensiva que marcó una nueva etapa en el debate, aunque lejos ya del problema teórico del cálculo. En este tema, Hayek reconoció la validez de los argumentos de Lange de que es posible calcular precios en el socialismo aun sin la existencia de un mercado, al menos desde un punto de vista teórico, pero arremetió contra el economista polaco en dos frentes.
Por un lado, Hayek (1940) explicó que la forma de definir precios en el socialismo que defendió Lange podía ser posible, pero era infinitamente “más lenta y torpe para establecer precios que el mercado”. Por otro, para Hayek, el tomar como dados en el modelo el producto y los precios de los insumos es precisamente lo que genera ineficiencias en el sistema al eliminar la competencia. Otros argumentos sobre el problema de la información y el uso del conocimiento en el socialismo de mercado como una limitante cuando se busca la eficiencia aparecieron en Hayek (1945). La posición última de este economista parece ser que, aunque exista una solución técnica al problema del cálculo, no existe una solución posible para el problema de la información y de los incentivos, sin el cual no es posible tener una economía eficiente.
Lange no se queda de brazos cruzados frente a los embates del profesor Hayek. Valiéndose de los argumentos de Taylor (1929), muestra que si se asume libertad de elección de los consumidores y los trabajadores, es decir, la existencia de mercados en el sistema socialista y dejando solo el planeamiento de la producción al burócrata, se puede hallar un equilibrio siempre que “se imponga a cada productor la elección de una combinación de insumos y productos que minimice el costo promedio de producción”. (Lange, 1936, pp. 62). Lo que se observa al final, es que la economía socialista en la que pensaba Lange no tenía las características particulares de la economía soviética durante gran parte de su historia. Consciente de este problema, Lange repite el ejercicio para una economía donde los mercados laborales y de consumo también dirigidos y prueba que el equilibrio se puede alcanzar si el consejo establece una escala de preferencias. Admite, sin embargo, que “un sistema así sería poco tolerado por personas civilizadas” (Lange, 1936, pp.70).
Como todos los debates, la discusión fue perdiendo fuerza en la medida que una de las posiciones se debilitó por la fuerza de la realidad. En la medida que la URSS mantuvo un crecimiento que permitía recortar la brecha con EE. UU. y mostrar logros que debían ser reconocidos aun por los adversarios, los argumentos de Lange eran favorecidos quedando por años Mises y su cuadra vistos como los depositarios de una visión retrograda incapaz de mirar hacia el futuro. No obstante, cuando en el ocaso de la década de los ochenta, la caída del Muro de Berlín marcó el inicio del derrumbe gradual del bloque socialista y eventualmente el desmembramiento de la URSS, los economistas fueron reconociéndole razón a Mises en el debate sobre el problema del cálculo. Hoy queda más que nada el banquete intelectual que representó esta batalla entre dos grandes economistas.
Fuente:
- Barone, E. (2012). The Ministry of Production in the collectivist state. Giornale degli Economisti e Annali di Economia, 71(2/3), 75-112.
- Ebeling, R. M. (2005). Ludwig von Mises and the Vienna of his Time. In Part II, Austrian Economics Colloquium at New York University on December (Vol. 6, p. 2004).
- Gordon, R. J. (2005). The 1920s and the 1990s in Mutual Reflection. National Bureau of Economic Research.
- Hayek, F. V. (1940). Socialist Calculation: The CompetitiveSolution’. Economica, 7(26), 125-149.
- Hayek, F. A. (1945). The Use of Knowledge in Society. The American Economic Review, 35(4), 519-530.
- Knight, F. H. (1934). » The Common Sense of Political Economy»(Wicksteed Reprinted). Journal of Political Economy, 42(5), 660-673.
- Lange, O. (1936). On the Economic Theory of Socialism. Review of Economic Studies, 4(1), 53-71.
- Lange, O. (1949). The practice of economic planning and the optimum allocation of resources. Econometrica: Journal of the Econometric Society, 166-171.
- Lange, O. (1944). Los principios de la economía soviética. El Trimestre Económico, 11(42 (2), 284-313.
- Rothbard, M. N. (1991). The end of socialism and the calculation debate revisited. Review of Austrian Economics, 5(2), 51-76.
- Skousen, M., & Rodríguez, J. A. A. (2010). La formación de la teoría económica moderna: la vida e ideas de los grandes pensadores. Unión Editorial.
- Taylor, F. M. (1929). The guidance of production in a socialist state. The American Economic Review, 1-8.
- Von Mises, L. (1920) Socialism. Ludwig von Mises Institute.
- Von Mises, L., & Kahane, J. (1938). Socialism: An Economic and Sociological Analysis. Science and Society, 2(2).
- White, L. H. (2012). The clash of economic ideas: The great policy debates and experiments of the last hundred years. Cambridge University Press.
- Wicksteed, P. (1898). The Common Sense of Political Economy, and Selected Papers and Reviews on Economic Theory… Edited in 1933 by Lionel Robbins. London.