Según el Banco Mundial, Somalia es el segundo país más pobre del mundo. Con un ingreso nacional bruto per cápita que no llega a US$ 350, casi dos tercios de su población vive con un ingreso que no alcanza a superar la línea internacional de pobreza (gráfica 1). Al despuntar 2023, este país ubicado en el Cuerno de África se encuentra al borde de su segunda hambruna en lo que va de siglo, una experiencia que, como bien afirma el Premio Nobel de Economía Amartya Sen, debería ser perfectamente evitable en los tiempos que corren.
¿Qué pasa en Somalia que el país enfrenta otra vez la posibilidad de muertes masivas por inanición? Entre otras calamidades, Somalia sufre su mayor sequía en cuatro décadas, al tiempo que experimenta una persistente inestabilidad política y social cuyo origen se puede trazar a 1991, fecha de inicio de una guerra civil que aún perdura. Como si esto fuera poco, una plaga de insectos conocidos como langostas del desierto ataca y destruye cultivos reduciendo la oferta de alimentos, ya afectada por el impacto en los precios internacionales del COVID-19 y la guerra entre Rusia y Ucrania.
En Somalia y en todo el este africano, esta hidra de cinco cabezas ha multiplicado el drama humano del hambre. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), unos 140 millones de habitantes de esta zona del mundo se encuentran en estado severo de desnutrición (gráfica 2). Lo más grave es que el hambre y la desnutrición vienen en ascenso desde 2013, incrementándose más rápidamente a partir de 2020 por los efectos del coronavirus en las economías del mundo.
El hambre es una sensación física de dolor, causada por un consumo insuficiente de alimentos. Este padecimiento, inaguantable por unas pocas horas, puede llegar a ser crónico cuando se convierte en un problema de todos los días. Peor aún, en ocasiones el hambre crónica genera hambrunas, esos episodios “donde existe un alto riesgo de mortalidad para un grupo de personas en un área geográfica, asociado a una amenaza severa sobre el consumo de comida” (Ravallion, 1996).
Los economistas han estudiado el hambre y las hambrunas durante varios siglos. Desde que en 1798 el clérigo inglés Thomas Malthus publicara su Ensayo sobre la población hasta casi terminado el siglo XX, el paradigma dominante fue el argumento tautológico de que el hambre es el resultado de la falta de comida. Este criterio fundamentado en la idea de que la población siempre crecerá a una tasa mucha más acelerada que la producción de alimentos promovió sin quererlo la idea paralizante de que el hambre es un problema esencialmente de oferta, un trance contra el que poco se puede hacer.
Con el paso del tiempo, sin embargo, la productividad, esa capacidad de producir más con los mismos recursos, fue aumentando de forma sostenida logrando que en casi todas partes del mundo la producción de alimentos creciera a una tasa tan o más rápida que la expansión de la población. Se hizo obvio entonces que ni el hambre crónica ni las hambrunas eran sucesos provocados exclusivamente por la falta de alimentos. Nótese en la gráfica 3 como la oferta disponible de alimentos, medida en kilocalorías por día, ha aumentado en todos los continentes desde 1961.
No obstante esta mayor disponibilidad de comida, países como China, Camboya, Etiopía, Sudan, Bangladés y Corea del Norte, entre otros, experimentaron hambrunas en la segunda mitad del siglo XX. Esta aparente contradicción (comida disponible/hambruna) fue observada más que nadie por Amartya Sen, cuyo trabajo seminal Pobreza y hambrunas (1982) se considera el punto de partida de una nueva literatura sobre la economía del hambre.
En la visión de Sen el análisis tradicional del hambre estaba dominado por concepciones preestablecidas y por un enfoque más bien estrecho de un problema complejo y multidimensional. Al ver la oferta de comida como la variable fundamental detrás del problema del hambre, la literatura tradicional perdía de vista el hecho de que, aunque la comida estuviese disponible, el reto mayor era contar con los medios para adquirirla dado el entorno legal, económico, político y social.
Tomando en cuenta esta realidad, Sen introdujo el concepto de las titularidades (entitlements) definidas como “aquellos conjuntos alternativos de bienes, incluyendo la comida, sobre los cuales una persona puede tener acceso” (Sen, 1982). En una economía de mercado, las titularidades de una persona están compuestas por su dotación original, es decir, por el conjunto de posesiones iniciales que tiene (i.e. fuerza de trabajo, tierras, bienes, dinero, etc) y por las canastas alternativas que puede consumir partiendo de estas dotaciones y realizando actividades de producción e intercambio.
El hambre aparece cuando el conjunto de canastas alternativas de consumo a la que la persona tiene acceso no contiene comida suficiente para satisfacer sus necesidades de nutrición. La hambruna, por otro lado, ocurre como una falla generalizada de las titularidades (entitlements failure), bien sea por la merma total o parcial de las dotaciones (i.e. apropiación de tierras, pérdida de fuerza de trabajo por enfermedad) o de los derechos de acceso a comida (por desempleo, altos precios, bajos sueldos, etc).
¿Cómo evitar esta falla generalizada de las titularidades? ¿Cómo reducir o eliminar el problema del hambre crónica? La nueva economía del hambre lleva de forma lógica a propuestas de políticas que la separan de la visión fatalista de la literatura tradicional. En estas propuestas, el concepto de las “capacidades”, acuñado por Sen y sus acólitos, es el elemento fundamental para combatir el problema del hambre.
Las “capacidades” no son más que las habilidades y potencialidades con que cuentan las personas para lograr sus objetivos. En principio, esas metas pueden ser básicas o elementales como alimentarse, educarse o evitar la morbilidad, pero a medida que pasa el tiempo pueden incorporar otros temas afectivos y de autoestima como lograr el respeto de otros o participar de la vida en comunidad (Herrera Mora, 1999).
En la nueva economía del hambre, la esencia de la política pública se centra en fortalecer las “capacidades” de la gente o dotarlos de mejores herramientas para incrementar sus titularidades y aumentar la probabilidad de cumplir sus objetivos. Es obvio que para alcanzar estas metas las personas deben ser educadas, tener acceso a agua potable, a buena salud y a otros elementos que fortalezcan su capital humano. A nivel más macro, necesitarían de una economía que funcione, que crezca, que genere empleo y que promueva la estabilidad de precios.
En lo que las reformas estructurales van allanando el camino hacia ese nuevo estado de cosas, es de vital importancia crear o mantener una red social que reduzca la probabilidad de que las personas estén expuestas al flagelo del hambre. Después de todo, el hambre es un tema de privaciones y de falta de oportunidades que pueden ser mitigadas temporalmente con subsidios gubernamentales.
Hoy que, según la FAO, el número de personas con desnutrición severa en el mundo está entre 750 y 800 millones, la meta debe ser dotar a los individuos y a las familias de las capacidades que les permitan realizar ciertos tipos de actividades y funciones que les garanticen no solo el acceso a alimentos, sino también a una mejor vida. De alguna manera, estos principios están contenidos en el segundo objetivo del milenio de las Naciones Unidas. La tarea es compleja, pero gracias a Sen y a sus seguidores, claramente posible.
Fuente:
- Chadha, B., & Teja, R. (1990). The macroeconomics of famine. Population, 1(1), 271.
- de Armiño, K. P. (1996). Guerra y hambruna en África: consideraciones sobre la ayuda humanitaria. Cuadernos de Trabajo Hegoa, (15).
- Dreze, J., & Sen, A. (1990). Hunger and public action. Clarendon Press.
- Drèze, J., & Sen, A. (Eds.). (1991). Political Economy of Hunger: Volume 1: Entitlement and Well-being. Clarendon Press.
- Herrera Mora, C. (1999). Amartya Sen, Nobel de Economía 1998 Hambrunas, capacidades y derechos. Revista Facultad de Ciencias Económicas, 7(1), 30-37.
- IMF (2010). Hunger on the Rise. Finance & Development, 41.
- Ravallion, M. (1997). Famines and economics. journal of Economic Literature, 35(3), 1205-1242.
- Sachs, J., Kroll, C., Lafortune, G., Fuller, G., & Woelm, F. (2022). Sustainable development report 2022. Cambridge University Press.
- Sen, A. (1982). Poverty and famines: an essay on entitlement and deprivation. Oxford university press.
- Sen, A. (1991). Public action to remedy hunger. Interdisciplinary science reviews, 16(4), 324-336.
- Sen, A. (1997). Hunger in the contemporary world. LSE STICERD Research Paper No. DEDPS08.
- Sheeran, J. (2011). preventing Famine. Finance & Development, 23.