En su libro “The Age of Diminished Expectations”, Paul Krugman afirmó que “la productividad no lo es todo, pero en el largo plazo es casi todo”. Con esta frase Krugman buscaba destacar la importancia de la productividad para la competitividad, el crecimiento económico y el standard de vida en el largo plazo. En general, la literatura económica asocia positivamente el cambio tecnológico con la productividad, destacando su impacto tanto en el nivel como en su tasa de crecimiento. En este contexto, el cambio tecnológico, entre sus múltiples acepciones, debe ser entendido como la adopción de nuevos conocimientos, técnicas, métodos, y/o procedimientos, frutos de la invención o la innovación, que generan una modificación, o incluso una transformación radical (disrupción) de la función de producción.
Desde el punto de vista histórico, el cambio tecnológico ha sido catalizador del progreso económico por su impacto en los modos de producción. Durante la Primera Revolución Industrial (finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX), el cambio tecnológico se asocia comúnmente al surgimiento del motor de vapor. Más adelante, durante la Segunda Revolución Industrial (1870 hasta el inicio de la Primera Guerra Mundial), se registraron importantes avances en materia de transporte, electricidad, comunicaciones, petróleo y derivados. Mas recientemente, en la denominada Tercera Revolución Industrial (mediados de los 1970s hasta el año 2000) el desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), asociadas con el auge de las computadoras y la popularización del internet, dominaron el ambiente socioeconómico.
Como sabemos, la historia no termina ahí. Durante las últimas dos décadas, se ha hecho evidente lo que muchos autores han denominado la Cuarta Revolución Industrial, edificada sobre los avances de la Tercera y caracterizada por la integración del ámbito digital, biológico y físico, así como por la creciente utilización de la automatización, computación en la nube, robótica, impresión 3D, el “internet de las cosas” y las tecnologías inalámbricas avanzadas. En esta revolución, la Inteligencia Artificial (llamada comúnmente AI, por sus siglas en inglés) se erige como su buque insignia. Sobre ella, Trajtenberg (2018) señala que tiene la posibilidad de convertirse en una tecnología de propósito general (GPT), es decir, una innovación cuya influencia se expanda hacia todos los aspectos de una economía.
Mito, realidad y enigma
El primer contacto de muchos con la idea de la inteligencia artificial viene comúnmente del cine de ciencia ficción. A pesar de su introducción en Metropolis (1927), y estar presente en producciones como 2001: Space Odyssey (1968), Star Trek (1969-1991), Star Wars (1977) y sus secuelas, es con The Terminator (1984) que tuvimos nuestro encuentro más cercano (¡y aterrador!) con el potencial de la inteligencia artificial. Esta temática se amplía en The Matrix (1999) y se hace más realista en I, Robot (2004). Ya en filmes como Her (2013) se explora la posibilidad de una relación sentimental entre un ser humano y una forma de inteligencia artificial, mientras que en la brillante Ex Machina (2015), se examina el instinto de supervivencia desarrollado por una forma superior de inteligencia artificial.
A pesar de su popularidad en la ciencia ficción, la realidad es que ya tenemos casi una década interactuando diariamente con inteligencia artificial. De hecho, cada vez que pedimos un Uber, compramos en Amazon, o hacemos una búsqueda en Google, estamos siendo asistidos por ella. La inteligencia artificial, es un término acuñado por el profesor John McCarthy de Stanford en 1955, a la que definió como “la ciencia y la ingeniería para fabricar máquinas inteligentes”. Hoy el término ha evolucionado y engloba aquellos sistemas informáticos capaces de detectar su entorno, pensar, aprender y tomar decisiones en función de las entradas que reciben y sus objetivos.
Sin embargo, el enigma de la inteligencia artificial viene por su potencial disruptivo. Brynjolfsson y McAfee (2014) afirman que los avances que hemos visto en los últimos años no son los logros culminantes de la era de la informática sino los “picheos de calentamiento”. A medida que avance la Cuarta Revolución Industrial, la integración de la inteligencia artificial en un ambiente de acelerada digitalización, tiene el potencial de generar cambios sustanciales en la estructura de la economía mundial a una velocidad exponencial con un alcance jamás visto. Sobre esto, Sridhar Vembu, cofundador y CEO de la multinacional india Zoho, afirmó que “la adopción de la inteligencia artificial será un punto de inflexión en la historia de la humanidad. Será parte de cada producto, sistema y solución”.
¿Aliado o amenaza?
Según PricewaterhouseCoopers (2018), la adopción generalizada de inteligencia artificial tiene el potencial de incrementar el PIB mundial hasta 13.8% en la próxima década. Las mejoras de productividad asociadas a la inteligencia artificial representan alrededor del 40% de este impacto. El estudio proyecta que 326 millones de puestos de trabajo se verán afectados por la inteligencia artificial en la próxima década. Aunque la desaparición inicial de empleos ocurrirá a causa de la automatización, la creación de nuevos roles en la economía podría reducir esa pérdida neta en 2030. En términos geográficos, el estudio proyecta un impacto económico significativo de la inteligencia artificial en los Estados Unidos (14% de PIB en 2030) y China (26% del PIB en 2030), cuya productividad crecería más rápidamente estimulada por las exportaciones de productos habilitados para inteligencia artificial hacia Estados Unidos.
Este potencial impacto macroeconómico, sin embargo, tendrá importantes efectos redistributivos a nivel internacional e intra-nacional. Aquellos países, empresas e individuos con un mayor acervo relativo de capital (maquinarias, equipos, propiedad intelectual, activos financieros, etc.), se beneficiarán de un cambio tecnológico sesgado hacia el capital (capital-biased technical change), ya que la sustitución de trabajo por capital aumentará la proporción de ingresos destinados a la rentabilidad, reduciendo la participación de los salarios. Asimismo, aquellos países, empresas e individuos con un elevado acervo de capital humano (habilidades, experiencia, formación, educación, etc.) se beneficiarán de un cambio técnico sesgado hacia las habilidades (skill-biased technical change).
Ante esta realidad, es lamentable que el acceso a tecnologías avanzadas en muchos países emergentes, particularmente en América Latina, continúe limitado por temas de capital humano (baja escolaridad, mala calidad de la educación) e infraestructura (deficiente electricidad, baja densidad de internet y penetración de banda ancha). En este contexto, el impacto de la disrupción que está generando la inteligencia artificial tiene el potencial de ampliar la brecha entre países, empresas y personas, para lo cual será necesario que las políticas públicas sean capaces de construir “puentes” para cruzar a la nueva realidad.
Referencias:
- Brynjolfsson, E. and McAfee, A. (2014). “The Second Machine Age: Work, Progress, and Prosperity in a Time of Brilliant Technologies”. New York: W.W. Norton & Co.
- PricewaterhouseCoopers (2018). “The macroeconomic impact of artificial intelligence”. https://www.pwc.co.uk/economic-services/assets/macroeconomic-impact-of-ai-technical-report-feb-18.pdf
- Krugman, P. (1990). “The Age of Diminished Expectations: U.S. Economic Policy in the 1990s”. Cambridge, Mass.: MIT Press
- Reamer, A. (2014) “The Impacts of Technological Invention on Economic Growth – A Review of the Literature” The George Washington Institute of Public Policy.
- Trajtenberg, M. (2018). “AI as the Next GPT: A Political-Economy Perspective,” in Ajay K. Agrawal, Joshua Gans, and Avi Goldfarb, eds., The Economics of Artificial Intelligence: An Agenda, University of Chicago Press.
- Vickers, C. and Ziebarth, N. (2019). “Lessons for Today from Past Periods of Rapid Technological Change”. DESA Working Paper No. 158 ST/ESA/2019/DWP/158 March