Un debate económico recurrente en el diseño y ejecución de políticas públicas coloca en aceras opuestas a la eficiencia y la equidad. Por un lado, economistas influenciados por las ideas neoclásicas favorecen la eficiencia y entienden que dando libertad a los agentes privados para que tomen sus decisiones es posible lograr un crecimiento sostenido e igualitario. Por otro lado, académicos adscritos a la visión keynesiana están convencidos de que solo si se acompaña el crecimiento de políticas redistributivas orientadas a promover la equidad, las sociedades alcanzarían un desarrollo pleno.
Durante gran parte del pasado siglo, los economistas partidarios de la eficiencia lograron posicionar sus ideas en el centro del debate académico. Como bien afirma Atkinson (2016), la corriente dominante del pensamiento económico concentró sus esfuerzos en temas de asignación de recursos, relegando a un segundo plano cualquier tópico relacionado con la distribución del ingreso. Si acaso, cada cierto tiempo alguna investigación hacía referencia al pago a los factores de producción como forma de aproximar un análisis redistributivo. La tendencia a favorecer la eficiencia en este debate se solidificó con la matematización de la profesión y el uso de un solo agente económico representativo en los modelos teóricos.
La idea de que políticas públicas dirigidas a promover la eficiencia impulsarían el crecimiento y eventualmente ayudarían a reducir la desigualdad vino a conocerse popularmente como la teoría de las mareas por aquello de que “una marea alta podría levantar todos los botes”. El uso de esta imagen del mundo de la navegación puede traducirse al lenguaje económico en algo así como que un crecimiento sostenido generaría riqueza suficiente para beneficiar a los pobres, incluso en mayor medida que a los ricos, haciéndolos parte de una sociedad más igualitaria.
Pero ¿de dónde viene la teoría de las mareas y quién la hizo tan popular? Aunque varios economistas contribuyeron a su difusión, ninguno fue tan influyente como el economista estadounidense de origen ruso, Simon Kuznets. A mediados del siglo pasado, este ganador del Premio Nobel de Economía observó que, a lo largo del proceso de desarrollo de países como Estados Unidos, Inglaterra y Alemania, mientras la economía crecía, la desigualdad en la distribución del ingreso presentaba una trayectoria cuya representación gráfica se asemejaba a una curva con forma de U-invertida. Es decir, en una fase inicial la desigualdad crecía hasta alcanzar un pico, iniciando luego una segunda fase de rápido descenso.
Basado en esta regularidad empírica observada en apenas tres países en un momento específico del tiempo, Kuznets construyó una teoría sobre la relación crecimiento y desigualdad durante el desarrollo económico. La historia es la siguiente. Antes de iniciar su despegue hacia el desarrollo, la economía de un país es mayoritariamente agrícola, poco productiva y exhibe una distribución del ingreso bastante igualitaria en torno a niveles de subsistencia. El crecimiento se inicia con una mayor preeminencia del sector industrial que comienza a contratar a los trabajadores más productivos a cambio de mejores salarios, lo que incrementa la desigualdad del ingreso. Este proceso continúa hasta que el país alcanza un cierto nivel de desarrollo, momento en el que la desigualdad inicia una caída rápida y sostenida completando la curva con forma de U-invertida.
La teoría de Kuznets pareció funcionar durante décadas en el mundo industrializado, observándose sociedades más igualitarias una vez el crecimiento de los países había alcanzado su estado estacionario. No obstante, a partir de la década de los ochenta del siglo pasado, la desigualdad comenzó a mostrar signos preocupantes de aumento en varias naciones desarrolladas. Por ejemplo, en Estados Unidos, el coeficiente de Gini, un indicador de desigualdad que asume valores entre 0 (perfecta igualdad) y 1 (perfecta desigualdad)[1] y que se había mantenido en torno a 0.40 desde la Segunda Guerra Mundial hasta el inicio de los años ochenta, aumentó hasta situarse en 0.49, un nivel de desigualdad similar al vigente durante los difíciles años de la Gran Depresión.
Como era de esperarse, el aumento de la desigualdad iniciado en los años ochenta trajo consigo serios cuestionamientos a los postulados de Kuznets. Economistas como los ganadores del Nobel de Economía Angus Deaton, Joseph Stiglitz y Paul Krugman, entre otros, señalaron la necesidad de que la profesión pusiera de nuevo a la equidad en el centro del debate. Contrario a lo que pensaba Kuznets y sus seguidores, para estos economistas la desigualdad es el resultado de las decisiones de distintos agentes y de las políticas implementadas por los gobiernos y no constituye, en ninguna circunstancia, el subproducto de un proceso evolutivo natural. Más que necesarias, las políticas redistributivas son imprescindibles para la convivencia democrática y el mantenimiento de la cohesión social, sin las cuales no es posible el crecimiento sostenido.
Se debe reconocer que esta nueva literatura de la desigualdad se ha beneficiado de la existencia de bases de datos más amplias y de mejores instrumentos computacionales que permiten estudios empíricos mejor logrados que los que eran posibles en tiempos de Kuznets. Gracias a la disponibilidad de información y a los avances de la tecnología, se ha podido estudiar la relación crecimiento y desigualdad para distintos países por periodos extensos, demostrando que la regularidad empírica observada por Kuznets no es más que un caso especial de un panorama más general donde con frecuencia se pueden descartar las proposiciones de la teoría de las mareas.
De todas las críticas a las premisas de Kuznets, la más completa ha sido desarrollada por el economista francés Thomas Piketty, quien dedicó gran parte de su libro El capital en el siglo XXI a combatir los argumentos centrales de la teoría de las mareas. Para Piketty (2014), la distribución del ingreso en una sociedad es una cuestión de relaciones políticas y de poder y no de una teoría evolucionista como la planteada por Kuznets. Piketty descubrió que, si se toman periodos de tiempo más largos para analizar la relación crecimiento y desigualdad que los estudiados por Kuznets, la curva que traza la desigualdad en el camino hacia el desarrollo parece más bien una S que la famosa U-invertida que sugiriera el economista ruso-americano.
Las consecuencias del predominio de la teoría de las mareas van más allá del deterioro en la distribución del ingreso que han experimentado las naciones avanzadas por relegar a un segundo plano las políticas redistributivas. Quizás la peor de todas sea que el descontento de quienes quedaron rezagados dio cabida a un discurso político agresivo, populista y confrontacional que hasta el día de hoy sigue destruyendo el tejido social de estos países. Basta recordar al presidente Trump y como su obstinación, su desdén por la ciencia y su desprecio por cualquier evidencia en contra de sus aventuras de políticas provocó un fraccionamiento en la sociedad estadounidense que parece no tener arreglo.
Y uno se pregunta si la realidad política de Estados Unidos en los años recientes ha sido el resultado del aprovechamiento de un líder populista de una coyuntura que le era favorable, o si, se trata más bien del daño colateral provocado por el aumento inusitado de la desigualdad, aupado por teorías que no resistieron el paso del tiempo. En cualquiera de los dos casos, vale la pena mirarse en el espejo. Ahora que la economía dominicana vuelve a crecer y que se avecinan tiempos de reforma, resulta oportuno recordar que las políticas redistributivas existen y que deben acompañar los cambios estructurales. Conviene evitar, como ha dicho Stiglitz, “que la marea alta solo suba los yates de lujos, olvidando junto a la orilla los botes pequeños”.
____________________________________________
[1] El Coeficiente de Gini de 0 se obtiene cuando el ingreso en una sociedad es exactamente igual para todos. Por el contrario, el valor de 1 representa el caso donde una sola persona tiene todo el ingreso de la sociedad.
Referencias:
- Atkinson, A. B. (2016). Desigualdad: ¿Qué podemos hacer?. Fondo de Cultura Económica.
- Deaton, A. (2015). El gran escape: salud, riqueza y los orígenes de la desigualdad. Fondo de Cultura Económica.
- Kuznets, S. (1955). Economic growth and income inequality. The American economic review, 45(1), 1-28.
- Lyubimov, I. (2017). Income inequality revisited 60 years later: Piketty vs Kuznets. Russian Journal of Economics, 3(1), 42-53.
- Milanovic, B. (2011). Más o menos. Finanzas & Desarrollo, 48(3), 6-11.
- Okun, A. M. (2015). Equality and efficiency: The big tradeoff. Brookings Institution Press.
- Piketty, T. (2014). El capital en el siglo XXI. Fondo de cultura económica.
- Piketty, T., & Saez, E. (2014). Inequality in the long run. Science, 344(6186), 838-843.
- Stiglitz, J. E. (2015). 8. Inequality and Economic Growth. The Political Quarterly, 86, 134-155.