Encuentros y desencuentros entre académicos y practicantes: Una historia sobre la literatura empírica dominicana
En economía como en otras ciencias sociales son los académicos quienes, enclaustrados en la soledad del recinto universitario, producen nuevos conocimientos. En contraste con esta vida ascética e insertado en la burocracia pública, el hacedor de política es el practicante por antonomasia de las ideas que generan los académicos. A pesar de este vínculo aparente, el académico y el hacedor de políticas pertenecen a clases distintas de economistas, viviendo día a día realidades tan apartadas como las del científico y el perito técnico.
Este interesante tema fue abordado por el profesor de la universidad de Harvard, Gregory Mankiw, quién refiriéndose a los macroeconomistas describió con maestría como los intereses profesionales de los académicos y de los hacedores de políticas habían seguido caminos paralelos mirándose de lejos, pero sin la posibilidad de juntarse. En palabras de Mankiw (2006), se trata de dos tipos de macroeconomistas, “unos que entienden el área de estudio como un tipo de ingeniería y otros que lo ven más como una ciencia. Mientras los primeros son solucionadores de problemas, los segundos son teóricos que pretenden entender cómo funciona el mundo”.
En la misma línea, Alan Blinder, profesor de la Universidad de Princeton publicó un libro en que contaba su experiencia como vicegobernador de la Reserva Federal de los Estados Unidos con el objetivo de tender puentes que acercaran al académico y al banquero central. En su doble condición de profesor universitario y hacedor de política monetaria, Blinder identificó algunos beneficios que podía obtener el economista de banca central de la rigurosidad teórica del académico, a la vez que mostró como favorecería al economista teórico un poco de la visión práctica del “ingeniero financiero”.
Quizás por mi trayectoria profesional, esta relación amor-odio entre el académico y el hacedor de política siempre ha sido de mi interés. Tanto así que, aunque de forma más modesta, he publicado algún que otro ensayo tratando de ganar una mayor comprensión sobre los factores que cotidianamente evitan una mayor interacción entre estos dos grupos de economistas. Uno de esos ensayos, una historia sobre la modelística macroeconómica en la República Dominicana, me enseñó que los motivos por los cuales los caminos de los académicos y de los hacedores de política tienden a divergir dependen hasta cierto punto del estado de desarrollo del país.
En los países más avanzados, la divergencia mayor en el campo de la macroeconomía parece originarse en la sofisticación que alcanzaron los modelos matemáticos con la revolución nuevo-clásica a partir de los años setenta. Desde entonces, un gran número de académicos se interesó casi de forma exclusiva “por el desarrollo de técnicas analíticas y el establecimiento de principios teóricos que muchas veces han carecido de aplicabilidad” (Mankiw, 2006). Los hacedores de política, por otro lado, han ignorado en gran medida estas tendencias, manteniendo la visión original de los fundadores de la macroeconomía de que esa disciplina había nacido para solucionar problemas y no para construir un edificio teórico infalible.
En la periferia, la historia es diferente. Lo común es que el análisis económico del académico consista en aplicaciones empíricas de una teoría que generalmente se hace en el centro. Por esta razón, la historia de la modelística macroeconómica en la República Dominicana es también la historia de cómo evolucionó la literatura empírica en el país o, lo que es lo mismo, una historia de cómo se fue incorporando gradualmente el uso de técnicas econométricas desde que se realizaron los primeros trabajos aplicados.
Lo cierto es que, salvo esfuerzos aislados, la literatura empírica dominicana no comenzó a tomar forma hasta entrados los años ochenta del siglo pasado y habría que esperar el nuevo milenio antes de que los hacedores de política incorporaran a su arsenal de forma organizada los principales resultados de estos productos académicos. Los economistas dominicanos que se formaron en universidades internacionales fueron fundamentales para reducir la brecha que separaba al trabajo académico del diseño de política. Al hablar el mismo lenguaje e insertarse unos en la burocracia pública y otros en las academias, se hizo más fácil la comunicación entre los “ingenieros” y los “científicos”.
Gracias a este esfuerzo, hoy por hoy, las fuentes de consulta para el hacedor de política son diversas y han sido tan influyentes que a lo interno de las instituciones públicas se han creado departamentos de investigación orientados a desarrollar estudios empíricos sobre la economía dominicana. Es así como, académicos de carrera se han convertido en asesores de políticas públicas o en casos más extremos han pasado a dirigir las áreas de investigaciones de organismos oficiales.
Como resultado de este acercamiento, la literatura empírica desarrollada inicialmente en las universidades se expandió al banco central, a los ministerios vinculados al área de la economía, a las oficinas recaudadoras y a los organismos reguladores. En la actualidad, la mayoría de estas instituciones cuentan con sus equipos de econometristas que aportan conocimiento empírico que facilita la toma de decisiones internas. Más allá del Estado, también contribuyen a esta literatura con sus investigaciones empíricas las oficinas locales de los organismos multilaterales, las organizaciones no gubernamentales, los centros de investigación y las fundaciones dedicadas al estudio de nuestra economía.
Definitivamente, el camino hacia la construcción de una literatura empírica sobre la economía dominicana no ha sido lineal. Tampoco ha estado exento de escollos y de numerosos tropiezos. No obstante, ha rendido frutos que son evidentes. El más visible, una economía que crece en un entorno de estabilidad y que puede presentar al observador más exigente reales avances en los procesos de diseño y ejecución de políticas públicas. Y aunque falta mucho por hacer, una lección queda de todo este proceso. Siempre se puede aprender del otro. En el caso dominicano, el aprendizaje que acercó a economistas de visiones tan distintas pasa necesariamente por aceptar con gracia la creación destructiva de las ideas económicas.
Referencias:
- Andújar-Scheker, J. (2012) Macroeconomía aplicada, economía política de las reformas en la República Dominicana. Banco Central de la República Dominicana. Santo Domingo, R.D.
- Andújar-Scheker, J. y F. Fuentes, eds. (2017) Economía empírica: 40 tesis sobre la República Dominicana. Editora Amigo del hogar. Santo Domingo. R.D.
- Blinder, A. S. (1999). Central banking in theory and practice. Mit press.
- Mankiw, N. G. (2006). The macroeconomist as scientist and engineer. Journal of Economic Perspectives, 20(4), 29-46.