Los “Espíritus Animales” y el COVID-19
Por Frank Fuentes Brito
La propagación del COVID-19 ha provocado la peor desaceleración económica desde la Gran Depresión, lo que el FMI ha denominado “El Gran Confinamiento” en referencia a los efectos económicos de las cuarentenas y las medidas de distanciamiento social implementadas alrededor del mundo para detener el avance del virus. A pesar de la gran incertidumbre a la que están sujetos estos pronósticos, es casi un consenso que la contracción de 0.1% que experimentó la economía mundial durante la “Gran Recesión” de 2009, se quedará corta ante brutal caída estimada en la crisis actual.
En principio, se espera un repunte en forma de “V” con un fuerte crecimiento en 2021, si bien abultado por un significativo efecto estadístico. Sin embargo, mientras pasan las semanas, se ha hecho necesario auxiliarse de otras letras del alfabeto para describir la posible trayectoria de la recuperación, incluyendo un repunte más lento en forma de “U”, una doble recesión en forma de “W”, o incluso un choque permanente en forma de “L”. En todo caso, aunque que tome más tiempo de lo esperado, la recuperación llegará.
En esta coyuntura también se ha presentado un dilema espinoso entre la salud y la economía. “Matar la economía para salvar la salud es contraproducente”, han dicho unos. Mientras que otros afirman que “arriesgar la salud por salvar la economía es inhumano”. En muchos países esta disyuntiva es tangible dado que la magnitud de la crisis vis a vis el espacio fiscal disponible limita la posibilidad de atacar con ímpetu ambos frentes al mismo tiempo. Desde mi punto de vista, controlar la transmisión del virus es, por el momento, la mejor arma contra la recesión. Cerrar la economía por un tiempo es doloroso, pero es mejor hacerlo ahora (¡y hacerlo bien!) que tener que cerrarla nuevamente una o más veces en el futuro para combatir rebrotes en tanto se produce una vacuna.
La confianza y la recuperación
No obstante, una cuestión más inquietante aún es cómo lucirá la economía mundial post-COVID-19. John Maynard Keynes describió en su Teoría General el rol que los “espíritus animales” (entre ellos, el estado de la confianza) juega en la toma de decisiones. Según Keynes: “…gran parte de nuestras actividades positivas dependen más del optimismo espontáneo… tal vez la mayor parte de nuestras decisiones de hacer algo positivo…sólo pueden considerarse como el resultado de los espíritus animales, de un impulso espontáneo que impulsa a la acción…”.
La incertidumbre inherente a cualquier proyecto de inversión puede ser enfrentada con un enfoque matemático y de razonamiento lógico. Sin embargo, en la práctica, es comúnmente el estado de nuestra confianza y sus cambios repentinos (espíritus animales) que generan esas olas de optimismo o pesimismo que impulsan nuestras decisiones, aun cuando la lógica y los números la contradigan. Por ejemplo, Jack Welch, el exitoso ex-CEO de General Electric, dijo en una ocasión que sus principales decisiones empresariales fueron tomadas puramente por instinto. Por consiguiente, creo que una vez superemos el COVID-19, el estado de la confianza tendrá una incidencia crucial sobre la velocidad, magnitud y las fuentes del crecimiento.
En un reciente artículo de opinión del Washington Post, el ex secretario del Tesoro de EE. UU., Henry Paulson declaró: “El miedo es un enemigo tan grande como el virus mismo”.[I] Por ende es muy probable que, así como después del 11 de septiembre veíamos un ataque terrorista en cualquier accidente, y luego de la crisis financiera global percibíamos una burbuja en cualquier subida de los mercados, muchos comenzaremos a ver una pandemia en el más común brote de gripe. Y si la paranoia y la desconfianza serán los espíritus animales que motivarán muchas decisiones de consumo, ahorro e inversión en los próximos años, la recuperación y el crecimiento sostenido serán más difíciles.
Lo contrario también es posible. Por ejemplo, un estudio de Elizabeth Brainerd y Mark Siegler sobre los efectos económicos de la Gripe Española de 1918-19 en Estados Unidos, sugiere que la pandemia tuvo un efecto positivo y robusto sobre el crecimiento durante la década de 1920.[II] Esto a pesar de que el virus, que mató al menos 40 millones en todo el mundo y 675,000 solo en EEUU, tuvo una altísima tasa de mortalidad en la población en edad laboral. En esa ocasión, los espíritus animales respondieron positivamente al aumento de los salarios reales y la mayor disponibilidad de crédito, e impulsaron el progreso tecnológico y el desarrollo manufacturero que fueron claves durante el boom económico de los famosos “roaring twenties” en los Estados Unidos. Claro, esos mismos espíritus animales, luego jugaron un papel clave en la especulación que llevó al colapso del mercado de valores y que detonó la Gran Recesión en Estados Unidos.
¿Volver a la normalidad?
Lo particular de esta crisis es que su génesis no es económica y que su alcance es verdaderamente global. Esta es una crisis sin precedentes. Por ende, no hay recetas para combatirla, ni bolas de cristal para saber cuándo terminará. En una recesión “común”, el estímulo a la demanda agregada sería suficiente. Pero “esta no es nuestra crisis”, como ha señalado el ex-economista jefe del FMI Olivier Blanchard hablándonos a los economistas. Un epidemiólogo vale por cien economistas en las actuales circunstancias.
Sin dudas, el COVID-19 nos ha recordado nuestra fragilidad. El mundo no solo ha visto peligrar su bolsillo, sino también su vida y la de sus seres queridos. En una publicación reciente Cass Sunstein, co-autor junto al Nobel Richard Thaler del libro “Nudge”, se refirió a la llamada “negligencia de probabilidad” que alimenta la percepción exagerada de las personas sobre su propia exposición al riesgo de contraer el virus COVID-19.[III] Esto significa que cada vez que un evento desencadena emociones negativas, las personas tienden a ignorar la probabilidad de que ocurra y se centran exclusivamente en sus posibles impactos. Puede ser que mañana finalmente se desarrolle una vacuna, que se “abra” la economía y que todos regresemos a trabajar, y aunque los humanos tenemos memoria corta y aprendemos poco de la historia, ¿volveremos todos a vivir de la misma manera en que lo hacíamos antes? Esa, mis amigos, es la pregunta del millón.
El popular ex-receptor de los Yankees de Nueva York Yogi Berra dijo en una ocasión: “es difícil hacer predicciones, sobre todo acerca del futuro”. Del mismo modo, es difícil predecir la era post-COVID-19, máxime cuando todavía no hemos superado la enfermedad ni su crisis. Sin embargo, volver a la normalidad pre-COVID-19 será casi imposible. Sobre todo, en el corto plazo. No es descabellado asumir que los cambios de comportamiento y las nuevas regulaciones asociadas al distanciamiento social y la cuarentena, tienen el potencial de acentuar tendencias, crear nuevos mercados y debilitar sectores enteros de la economía. Esperar un uso más intensivo de la tecnología, un mayor énfasis de la sociedad en la salud y el bienestar, y anticipar un comportamiento más conservador en el consumo, son cambios que a pocos deberán sorprender.
Los ganadores del Nobel de Economía, George Akerlof y Robert Shiller en su libro “Animal Spirits”, afirmaron que a pesar de que los economistas entienden la confianza como la expectativa de un buen futuro, el uso común del término se relaciona más con la seguridad y la fe. Por consiguiente, si los hogares y las empresas se sienten inseguros y pesimistas, socavarán la eficacia de cualquier política económica por buena que sea y debilitarán los motores de la recuperación y el crecimiento. Aquí, un reto importante para la política macroeconómica será evitar que quedemos atrapados en un “mal equilibrio”.
Por todo lo anterior, es muy probable que el impulso de los espíritus animales constituya nuestra mejor apuesta para volver a crecer y generar empleos. Para eso las nuevas políticas públicas deberán inspirar confianza y la sensación de seguridad en la sociedad para que sean efectivas. Estoy consciente que esa excesiva sensibilidad social no es muy común entre los economistas. Sin embargo, es muy probable que tengamos que acostar en el diván del psicólogo a los espíritus animales y escucharlos con atención para evitar otra década perdida.
Referencias:
- [i] Henry M. Paulson Jr. “How the 2008 financial panic can help us face coronavirus.” The Washington Post. March 11, 2020.
- [ii] Brainerd, Elizabeth & Siegler, Mark V, 2003. «The Economic Effects of the 1918 Influenza Epidemic,» CEPR Discussion Papers 3791, C.E.P.R. Discussion Papers.
- [iii] Cass R. Sunstein. The Cognitive Bias That Makes Us Panic About Coronavirus Feeling anxious? Blame «probability neglect.» February 28, 2020.