«Respecto al comunismo, sólo puedo decirles una cosa: no soy comunista, ni los comunistas tienen fuerza para ser factor determinante en mi país.»
Fidel Castro
Murió Fidel Castro Ruz. Sin dudas una de las figuras latinoamericanas más trascedentes del siglo XX. Líder máximo del régimen cubano e ícono de la izquierda revolucionaria. Falleció a los noventa años de edad por causas naturales, a pesar de que en más de 600 ocasiones (según informes de agentes de seguridad cubanos) se atentara contra su vida. Su permanente desafío al predominio de los Estados Unidos en la región lo convirtió en modelo de resistencia, dignidad y defensa de la soberanía nacional. Su estatura histórica puede comprobarse con las pasiones que afloran con la sola mención de su nombre, porque Fidel es a la vez uno de los personajes más polarizantes de la historia reciente.
Y es que con respecto a Fidel Castro hay dos realidades irreconciliables por las que se hace casi imposible analizarlo con objetividad. Por un lado, es difícil para muchos que vivieron intervenciones militares e imposición de dictaduras promovidas por Estados Unidos durante la Guerra Fría, no admirar a Fidel Castro y verlo como un gran líder revolucionario, una especie de mesías libertador. Sobre esto, el Prof. Bosch afirmó en su obra “De Cristóbal Colon a Fidel Castro: El Caribe Frontera Imperial”: “Al cabo de 20 años sin intervenciones militares, los pueblos de América, y especialmente los del Caribe, iban olvidando los 35 años de agresiones que les había precedido; pero el papel que jugaron los norteamericanos en Guatemala en 1954 abrió las viejas heridas, y éstas volvieron a sangrar abundantemente unos años después, cuando el volcán del Caribe sacó de los fondos de la historia la más completa de sus revoluciones sociales, la revolución cubana de Fidel Castro”.
Por otro lado, para quienes creen profundamente en la democracia, los que valoran la libertad de emprender, expresarse y creer, o quienes sufrieron el exilio a causa de la persecución política en Cuba, es muy difícil no ver a Fidel Castro como un dictador, un déspota, un caudillo de un régimen totalitario que suprimió libertades, expropió bienes y eliminó opositores en nombre de la revolución. De hecho, todavía no hay espacio para la disidencia o la crítica en Cuba. Incluso, algo tan sencillo como la libertad de movilizarse dentro y fuera del país está fuertemente regulado por el gobierno. Por esto muchos entienden que, al pasar balance de sus casi sesenta años como líder de la revolución cubana, la historia no absolverá a Fidel Castro.
Con su desaparición física, Fidel deja atrás una economía cubana que, si bien es cierto todavía puede exhibir logros en materia de salud y educación, se muestra empobrecida, ineficiente y muy poco competitiva. Porque, así como Fidel se autodefinió como “Marxista-Leninista hasta el final de su vida” (en contraposición a sus afirmaciones iniciales), el modelo cubano todavía opera, al menos en teoría, bajo estos principios. Los medios de producción están en manos del Estado, quien planifica y gestiona todo el sistema productivo para luego distribuir sus beneficios.
Sin embargo, luego de la caída del bloque soviético en 1991 y el desmantelamiento del CAME (Consejo de Ayuda Mutua Económica), el gobierno socialista cubano se vio obligado a introducir gradualmente principios y prácticas capitalistas como estrategia de supervivencia económica. Aunque parezca irónica la idea, la reforma constitucional de 1992, que reconoció la posibilidad de la propiedad privada, fomentó la inversión extranjera y legalizó la circulación del dólar estadounidense, tuvo que recurrir al capitalismo para salvar el socialismo.
Por esta razón, hoy en Cuba conviven dos sistemas económicos: uno en pesos orientado hacia el consumo de los cubanos, caracterizado por la escasez, malos servicios y bajos salarios; y otro en dólares dirigido al turista, que opera con mayor eficiencia relativa, ofrece mejores servicios y artículos de mayor calidad. Entre estos dos regímenes existe además un amplio mercado negro (resultado típico de un sistema de control y racionamiento) en el que se transan desde productos básicos hasta artículos de lujo. Asimismo, la marcada discrepancia en el acceso al dólar ha generado desigualdad social, forzando a la mano de obra calificada que opera en el mercado en pesos (médicos, maestros, ingenieros, etc.) a buscar empleos en el mercado en dólares (como taxistas, guías turísticos, o meseros) para tener acceso a la divisa norteamericana y elevar sus condiciones de vida.