Más allá del embargo
En el deterioro de las condiciones económicas en Cuba, el embargo impuesto por los Estados Unidos desde 1960 ha jugado un papel fundamental. Según el informe “Cuba vs Bloqueo” presentado por el gobierno ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2016, el embargo ha generado daños económicos ascendentes a US$125.9 billones a precios corrientes, a lo largo de más de cinco décadas. Sin dudas, un duro golpe para cualquier economía pequeña y en desarrollo como la cubana.
El bloqueo contra Cuba ha pasado por periodos de endurecimiento y flexibilización. Por un lado, meses después de que el presidente Eisenhower (1953-1961) decretara el embargo a nivel comercial, se prohibió incluso el suministro de alimentos y medicinas para fines humanitarios. En 1962, el presidente Kennedy (1961-1963) firmó la ampliación del embargo a todo tipo de comercio con Cuba, luego de asegurarse que su secretario de prensa adquiriera unos 1,200 cigarros cubanos para satisfacer los finos gustos del fenecido presidente. Más adelante, en 1992, el Cuban Democracy Act (o ley Torricelli) prohibió a subsidiarias estadounidenses comercializar, viajar o enviar remesas a la isla. Esta legislación fue reforzada en 1996 con la Ley Helms-Burton, en respuesta al incidente en que aviones de guerra cubanos derribaron aeronaves privadas de la organización cubano-americana “Hermanos al Rescate”.
Sin embargo, las relaciones entre EEUU y Cuba han experimentado un sostenido “deshielo” en las últimas dos décadas, incluyendo varios intentos de levantar el embargo impulsados tanto por legisladores demócratas como republicanos. Ya en 1997, el propio Presidente Clinton (1993-2001) suspendió el cumplimiento de la ley Helms-Burton y en 1999 permitió vuelos directos desde EEUU a Cuba, aumentó el gasto permitido a turistas estadounidenses en la isla y elevó el monto máximo para el envío de remesas. Durante el gobierno del presidente Obama (2009-2017), se han verificado los avances más significativos desde el inicio del embargo. Se reabrieron las embajadas en ambos países, se inició el otorgamiento de visas a ciudadanos cubanos y se registró la primera visita de un presidente de Estados Unidos a la isla desde 1928.
El referido bloqueo, calificado como “criminal” en innumerables ocasiones por el gobierno cubano y sus aliados, ciertamente ha restringido las posibilidades económicas del régimen y ha contribuido al empobrecimiento del país. Sin embargo, terminó convirtiéndose en una eficaz herramienta política para fortalecer el control del gobierno socialista y aupar el nacionalismo de una ciudadanía que se ha sentido acorralada por una poderosa nación extranjera. En mi opinión, y aunque parezca irónico, sin el bloqueo la revolución cubana no hubiese sobrevivido hasta hoy. Nada hubiera sido más desestabilizador para el régimen que exponer a los cubanos al capitalismo. Fidel siempre lo supo. Otra señal de su gran sagacidad política.
Pero más allá del embargo, considero que el mayor problema económico de Cuba sigue siendo su tipo de socialismo. Y cuando hablo de “tipo” de socialismo, me refiero al carácter centralizado, tanto a nivel estratégico como de micro-administración, que ejerció Fidel Castro al frente de la economía cubana y que todavía, aunque en menor medida, prevalece hasta hoy. Por esta razón, el socialismo cubano adolece de una excesiva planificación y rigidez que dificulta incluso su propio funcionamiento.
Igualmente, además de bloquear muchas reformas importantes que hubieran potenciado la economía cubana, Fidel rechazó repetidamente la factibilidad de adoptar otros modelos de socialismo. Castro objetó particularmente el modelo chino, por considerarlo inaplicable en Cuba. Sin embargo, hay importantes lecciones que el gobierno cubano podría implementar a pesar de no contar con las características culturales, la extensión territorial y la lejanía de EEUU que posee China.
El proceso de transformación dirigido por Deng Xiaoping promovió la descentralización del proceso de toma de decisiones del gobierno nacional hacia las autoridades locales, renovó la burocracia estatal, incentivó el emprendimiento e impulsó la aparición de una clase media. No obstante, Cuba, a pesar de ostentar el mejor sistema educativo de América Latina según el Banco Mundial , exhibe un nivel de producción que no refleja el alto grado educativo de su fuerza de trabajo. El país cuenta con más de un millón de graduados universitarios, pero más de un tercio de ellos no trabaja en su área de especialización. Asimismo, mientras en China las empresas del Estado operan con alta eficiencia y competitividad, en Cuba las empresas del Estado son mayoritariamente improductivas y representan una gran carga burocrática.
Luego de 57 años de revolución, algo queda muy claro: Cuba necesita abandonar de manera formal, ordenada y permanente su socialismo, y lo necesita con urgencia. A pesar de los efectos económicos del embargo, si la revolución cubana no puede subsistir sin la ayuda internacional (antes de la Unión Soviética y hoy de Venezuela), y necesita mantener una excesiva centralización del poder, junto una permanente aprensión contra la libertad de expresarse y emprender, entonces la revolución ha sido más una utopía que una realidad sostenible.
Una mejor transición
Si bien es cierto que la desaparición física de Fidel Castro abre una oportunidad para iniciar una transición en Cuba, el ejercicio del poder por parte de su hermano Raúl demuestra que no es la condición principal para avizorar cambios en el sistema político. No obstante, sin cambios en la estructura básica del sistema económico que impera en la isla, será imposible para Cuba preservar las conquistas alcanzadas de cara al futuro. En lo económico, Cuba debe evolucionar de Fidel Castro a Adam Smith, del socialismo “a la cubana” a un sistema sustentado en la libertad económica, la iniciativa individual, la regulación eficiente y la participación limitada del Estado.
La igualdad que promovió la revolución es indudablemente un valor esencial en la construcción de una sociedad justa. Sin embargo, por más noble que sea este principio, en lo económico, un individuo con un alto nivel de formación académica no se sentirá incentivado a esforzarse si la remuneración que recibe es similar a la de otro con escasa o ninguna educación. Adam Smith lo afirmó ya hace 240 años: la iniciativa individual fomenta, como una especie de mano invisible, el bienestar común. Esto no es sólo una doctrina económica, es una actitud inherente al ser humano. Los individuos responden a incentivos. Muy pocos van a empeñarse en trabajar y producir si no recibirán una retribución que justifique su esfuerzo.
Sin embargo, el salto que necesita dar Cuba no tiene que ser de la planificación centralizada al Consenso de Washington, o del socialismo “castrista” al capitalismo salvaje. Hay conquistas en Cuba que merecen y deben ser preservadas. De hecho, después de la crisis financiera internacional de 2008-2009, el Brexit y el ascenso de Trump en EEUU, tanto la globalización como el capitalismo en su sentido más práctico, han enfrentado duras críticas por su escaza atención a temas como la pobreza, la desigualdad y la inclusión social. El capitalismo no es perfecto, nunca lo ha sido, pero ha demostrado ser superior al socialismo en términos de crecimiento, eficiencia y creación de oportunidades. Por esta razón debe ser complementado con políticas públicas sostenibles que permitan que la economía pase del crecimiento al desarrollo sin dejar atrás a los estratos más vulnerables.
Como sucedió en la gran mayoría de los países asiáticos, de Europa del Este, los Bálticos y los miembros de la Comunidad de Estados Independientes que hicieron su transición hacia economías de mercado, una mayor libertad económica en Cuba eventualmente impulsará una mayor libertad política. Pero hasta que no se inicie una transición seria hacia el establecimiento de los fundamentos estructurales de una economía de mercado en la isla, que permita preservar sus logros, atender sus carencias y aprovechar sus potencialidades, Cuba seguirá siendo un mito, una quimera que nunca alcanzó a vencer cuando le tocó decidir entre “patria o muerte”.