“Una vez empiezas a pensar en crecimiento [económico]”, afirmó el premio Nobel Robert Lucas, “es difícil pensar en otra cosa”. El laureado economista hacía referencia al que quizá es el problema central de la teoría y la praxis macroeconómica: ¿por qué algunos países son ricos y otros pobres? y ¿por qué algunas economías crecen a un ritmo más acelerado que otras? A pesar de esa preponderancia, y considerando la longevidad y cantidad de recursos dedicados a entender y tratar de resolver esta cuestión, los determinantes definitivos de la prosperidad de las sociedades siguen siendo, cuando menos, elusivos.
Si preguntásemos a 50 ciudadanos poco versados en macroeconomía por qué Portugal es una nación más rica que Honduras, probablemente obtendríamos al menos 10 explicaciones distintas, todas razonablemente convincentes. Cultura, educación, raza, recursos naturales, ideología de los gobiernos, niveles de inversión pública y/o privada, apertura comercial… Todas parecerían explicar al menos una parte de la riqueza (o pobreza) de las naciones.
Si asumimos una postura más técnica, las teorías de crecimiento económico convencionales por lo general se agrupan en tres grandes bloques. En primer lugar, la visión clásica, desarrollada originalmente por Adam Smith, enfatiza como generadores de riqueza el interés individual, la acumulación de capital, la (re)inversión de beneficios por parte del sector privado, la libre competencia y el libre comercio entre naciones. Dentro de esta escuela de pensamiento destaca especialmente modelo de ventajas comparativas, de la autoría de David Ricardo, que postula como principal motor de la prosperidad la producción de aquellos bienes de menor costo relativo respecto a los socios comerciales.
Más adelante, trabajando de manera independiente, Trevor Swan y Robert Solow construyeron el conjunto de teorías crecimiento conocidas como neoclásicas. Este desarrollo encuentra que países con niveles de ingreso per cápita distintos, pero con tasas de ahorro similares, terminarían convergiendo al mismo estado estacionario o equilibrio, hecho que no resulta del todo consistente con la evidencia empírica. La principal extensión del modelo concluye que la productividad de la mano de obra, incluida de manera exógena en el modelo como una tecnología que mejora la eficiencia de los trabajadores, es el principal determinante del crecimiento en el largo plazo. Por esta y otras contribuciones, Solow recibió el Nobel de Economía en 1987.
A mediados de la década de los sesenta, Frank Ramsey incorpora la tasa de ahorro como variable endógena, trabajo reformulado de forma independiente por David Cass y Tjalling Koopmans, y que dio lugar al surgimiento de los modelos de crecimiento endógeno. Sus resultados confirman aquellos obtenidos por Solow y Swan, brindando adicionalmente una teoría de la evolución y valor de largo plazo de la tasa de ahorro.
Los modelos de crecimiento endógeno dominaron la teoría del crecimiento a lo largo de las siguientes décadas, identificándose una diversidad de factores, aparte del ahorro, que son fomentados, en lugar de asumidos. La conclusión de mayor impacto en la formulación de políticas públicas es que el progreso tecnológico (exógeno para Solow-Swan) no es algo que los países únicamente adoptan, si no que la inversión en capital físico y humano, en innovación y en investigación y desarrollo (I+D) tienen un efecto derrame que repercute en mayor productividad y eficiencia y, por tanto, en el crecimiento de largo plazo.
Quizá el mayor esfuerzo estadístico en esa línea lo llevó a cabo a principios y mediados de los noventa el economista Xavier Sala-i-Martin. El autor estimó (literalmente) millones de regresiones econométricas para identificar cuáles variables mostraban correlaciones significativas y robustas con el crecimiento del producto interior bruto de decenas de países. Sus resultados apuntan a que, aparte de ciertas condiciones iniciales (nivel de ingreso inicial en 1960, expectativa de vida en 1960 y tasa de matriculación en escuela primaria en 1960), la ubicación geográfica favorable, variables políticas como el imperio de la ley y las libertades civiles, la ausencia de distorsiones en los mercados internos y externos, la inversión de capital, la apertura comercial y mercados más capitalistas están todas positivamente correlacionadas con el crecimiento económico.
Paralelo a los desarrollos clásicos, neoclásicos y de crecimiento endógeno, y con una visión más heterodoxa del problema, a principio del siglo XX fue desarrollada la corriente de la economía institucional, y su reintroducción décadas más tarde bajo la sombrilla de la nueva economía institucional. Ambas escuelas, vinculadas a la teoría y economía política, entienden que la realidad económica debe ser estudiada bajo el lente del contexto social y político en el que se desarrolla, dado que los mercados son instituciones y, como cualquier otra institución, se desarrollan políticamente.
El término ‘economía institucional’ fue acuñado por Walton Hamilton, y probablemente encuentra sus fundamentos en la dicotomía formulada por Thorstein Veblen entre el uso “ceremonial” (derrochador) o “instrumental” (con fines prácticos) de las tecnologías por parte de las instituciones. En lo que respecta a la nueva economía institucional, esta corriente se remonta a los trabajos del economista británico Ronald Coase, quien ganó el Nobel de esa disciplina en 1991, en gran parte gracias al teorema que lleva su nombre. El teorema establece que el problema de las externalidades negativas resultado de la provisión de un bien o servicio puede resolverse a través de la negociación entre agentes privados, siempre y cuando no existan costos de transacción.
Precisamente el estudio de los costos de transacción relacionados la resolución de externalidades negativas ganó mayor relevancia de la mano de Oliver Williamson, quien en 2012 obtuvo el premio Nobel de Economía junto a Elinor Ostrom (la primera mujer en recibir el prestigioso galardón). Ostrom mostró que, bajo condiciones específicas, la autogestión de los bienes comunes es más eficiente que la regulación gubernamental o la privatización. Estas condiciones incluyen la participación activa de los consumidores del bien en cuestión al momento de crear y velar por el cumplimiento de las reglas pertinentes. Así, las reglas impuestas unilateralmente desde fuera, o por agentes internos con poder desproporcionado, tienden a ser violadas.
Más recientemente, y en línea con los postulados de Ostrom, el trabajo de los economistas Daron Acemoglu y James Robinson (quienes, junto con Simon Johnson, fueron galardonados con el Nobel de economía en 2024) ganó notoriedad por su énfasis en el rol que juegan las instituciones en el crecimiento y desarrollo económico. Su libro de 2012 ‘Por qué fracasan los países: los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza’ sintetiza años de investigaciones sobre el tópico.
Para los autores, las instituciones políticas y económicas (definidas como el conjunto de reglas y normas formales e informales que rigen la sociedad y los mecanismos para garantizar el cumplimiento de esas reglas) crean las condiciones y generan los incentivos para que los ciudadanos de un país determinado prosperen. La segunda parte de este artículo abordará la naturaleza de las instituciones dominicanas partiendo del enfoque desarrollado por estos investigadores.
Referencias:
- Acemoglu, D., & Robinson, J. A. (2012). Why nations fail. Crown Publishers, New York.
- Chiang, Alpha C. (1992), Elements of Dynamic Optimization, McGraw-Hill, Inc., New York.
- Coase, R.H. (oct. 1960). The Problem of Social Cost. The Journal of Law and Economics Volume III.
- Ostrom, E. et al. (1999) Revisiting the Commons: Local Lessons, Global Challenges; Science 284: 278–282
- Ricardo, David, 1772-1823. (1817). On the principles of political economy and taxation. John Murray, Londres.
- Sala-i-Martin, Xavier, (1997), I Just Ran Four Million Regressions, No 6252, NBER Working Papers, National Bureau of Economic Research, Inc.
- Solow, Robert (Feb., 1956), A Contribution to the Theory of Economic Growth, The Quarterly Journal of Economics Vol. 70, No. 1, pp. 65-94, Oxford University Press.
- Veblen, Thorstein, 1857-1929. (1994). The theory of the leisure class. Penguin Books, New York.
- Williamson, O. E. (2005) The Economics of Governance, American Economic Review 95: 1–18.