Jesús: ¿Capitalista o Socialista?
Desde el punto de vista bíblico, Jesús no es presentado como un activista político, un combatiente revolucionario o un profeta carismático. Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías prometido para morir en la cruz por nuestros pecados, abrir el camino al Padre y darnos vida eterna en Su Nombre (Isaías 53, Juan 3:16, Juan 14:6).
Sin embargo, en sus alocuciones públicas y conversaciones privadas registradas en la Biblia, Jesús enseñó muchos principios relacionados con la vida diaria, particularmente sobre las actitudes del ser humano frente al dinero y las posesiones materiales. La inusual combinación de profundidad y pragmatismo de sus enseñanzas sobre el hombre como “homo economicus”, ha incitado a que muchos las interpreten a la luz de las principales corrientes que dominaron el pensamiento económico en el siglo XX.
Mientras la derecha protestante anglosajona presenta a Jesús como un capitalista consumado, promotor de la libre empresa y la propiedad privada, diversos teólogos europeos y latinoamericanos lo sindican como un socialista militante, opositor del status quo y abanderado de la igualdad. El proselitismo y la vehemencia de ambas posiciones han imposibilitado el surgimiento de una visión más conciliadora y objetiva sobre el tema, que en esencia pretende encontrar en las enseñanzas “económicas” de Jesús, los principios de un sistema que solucione los graves problemas económicos de la humanidad sin sacrificar sus grandes logros. Dicha tarea resultaría ser una quimera si se emprende con posiciones preconcebidas, ya que el mensaje de Jesús exhibe múltiples matices.
Por un lado, es incuestionable que Jesús enfocó su predicación en la responsabilidad individual antes que la colectiva, un principio fundamental del capitalismo. Además, es evidente que Jesús reconocía la legitimidad de los conceptos fundamentales de una economía de mercado (precios, compra, venta, salario), y temas como la inversión, la rentabilidad y el uso del dinero en sentido general, utilizándolos en muchas de sus parábolas e ilustraciones sin hacer juicios de valor sobre los mismos (Mateo 13:44-46, Mateo 25:14-30, Lucas 10:7, Lucas 14:28-30). Se destaca además la ausencia de evidencia bíblica de que Jesús promoviera la acción del gobierno, o hiciera exigencias al Estado Romano para que ayudara a los pobres, viudas o huérfanos, cuidara de los envejecientes, educara al pueblo o actuara con justicia y equidad. Esas instrucciones se las dio directamente a los cristianos.
Sin embargo, lo anterior no implica que Jesús era un capitalista consumado. Por el contrario, muchas de sus enseñanzas resultan ser diametralmente opuestas al modus operandi del capitalismo moderno y parecerían estar más cerca de los principios enarbolados por el socialismo de antaño. Esto se debe a que Jesús condenó la avaricia y las malignas consecuencias de la desigualdad del ingreso (Lucas 12:15), dos de los vicios más lamentables del capitalismo. Se opuso además a la exaltación del consumismo (Lucas 12:16-21) y a la “mercantilización” de las cosas, particularmente de la fe, llegando incluso a acusar a los mercaderes del templo de haber convertido su casa en “cueva de ladrones” (Marcos 11:15-18).
Al mismo tiempo, Jesús predicó el desapego por lo material durante todo su ministerio terrenal, y lo solicitó sobre todo a quienes el dinero y las posesiones materiales podrían llegar a ser un obstáculo para acercarse a Dios (Marcos 10:17-25). Para muchos de sus seguidores, como Zaqueo (Lucas 19:1-9), esta fue una decisión individual y espontánea, al reconocer que su riqueza era producto del abuso y la opresión. Hay que reconocer además que Jesús, en lugar de quejarse por los impuestos y solicitar un Estado más pequeño, ordenó a sus discípulos a honrar los compromisos con el gobierno cuando afirmó “Dad, pues, a César lo que es de César…” (Mateo 22:21).
Sin embargo, aunque parezca paradójico, lograr la igualdad entre los hombres o alcanzar la prosperidad material no fueron los objetivos centrales de sus enseñanzas. Para Jesús el problema del hombre no está en su bolsillo, sino en su corazón. Solo hay que recordar que los judíos lo rechazaron y crucificaron porque esperaban un Mesías libertador que los emanciparía de la opresión romana, sin entender que su situación, al igual que la nuestra, era el resultado de un problema interno (espiritual) y no externo (material). A pesar de ser imagen de Dios, el gran problema del hombre es su naturaleza caída (Romanos 5:12-14), por lo que cualquier sistema económico tendrá ese defecto de fábrica.
Por tanto, en el caso de Jesús, su reino, como él afirmó, no es de este mundo (Juan 18:36), por lo que encasillarlo como socialista o capitalista es perder de vista el poder de sus palabras, que más que ser teoría económica son revelación divina.