La Economía Política del Libre Comercio
La exigencia de algunos grupos de eliminar o limitar los acuerdos internacionales de libre comercio (en adelante, libre comercio) es un fenómeno que se observa tanto en naciones desarrolladas como en países en vías de desarrollo. Por ejemplo, en los Estados Unidos, tenemos el caso de los productores de caucho que protestan contra las importaciones de neumáticos provenientes de China; mientras, en la República Dominicana se observan grupos de agricultores que piden revisar el acuerdo comercial DR-CAFTA. Con cierta frecuencia, estos grupos logran obtener las trabas comerciales que exigen o, al menos, algún subsidio que les permita compensar por las pérdidas que reclaman. Por eso, cabe preguntarnos, ¿por qué los argumentos a favor del libre comercio resultan difíciles de asimilar en la sociedad y por los hacedores de políticas? ¿Será que la evidencia de las ganancias del libre intercambio comercial no resultan ser tan obvias como plantean muchos economistas?
Bajo la tradición de pensamiento neoclásica, los beneficios del libre comercio están claramente establecidos desde los planteamientos de David Ricardo (1772-1823) y su teoría sobre las “Ventajas Comparativas”. Esta teoría plantea en esencia que el libre comercio beneficia la sociedad por tres razones: (i) permite a los países especializarse en los productos o sectores que tiene ventajas de costo relativos en la producción de ciertos bienes, (ii) expande la amalgama de producto e intercambio comercial a los que pueden acceder los individuos, y (iii) disminuye el precio de los productos a los cuales actualmente acceden las personas. Ahora bien, si estos puntos parecen ser deseables y beneficiosos para la sociedad, entonces ¿por qué las trabas al libre comercio logran establecerse con cierta frecuencia?
El libre comercio indudablemente produce pérdidas en algunos sectores de producción nacional. La disminución de los precios y el acceso a una mayor amalgama de productos expande los beneficios (excedentes) de los consumidores. Sin embargo, este beneficio constituye una pérdida de ingresos para los sectores que comercializaban dichos productos localmente debido a la reducción de sus precios. Es decir, parte de las ganancias que reciben los individuos resultan de una transferencia de recursos desde los productores hacia los consumidores. La otra parte de la ganancia, la cual no es directamente observable, proviene del hecho de poder acceder a una mayor gama de productos y opciones, con distintos niveles de calidad.
Las ganancias del libre comercio, aunque puedan superar las pérdidas, están distribuidas sobre una gran cantidad de individuos mientras que las pérdidas están concentradas. Esto implica que a pesar de que las ganancias del libre comercio benefician a un mayor número de individuos de la sociedad, el beneficio per cápita de los beneficiados es inferior a la pérdida per cápita de los perjudicados. Esto genera incentivos perversos para el intercambio comercial debido a que los perdedores tienen mucho mayores motivos de ir a protestar que los beneficiados a defender las políticas de libre comercio. Adicionalmente, dado que los perjudicados son un número insignificante de individuos, en comparación con los beneficiados, esto facilita que los primeros puedan organizarse mejor en agrupaciones o sindicatos que puedan promover efectivamente impedimentos al libre comercio.
Finalmente, debemos admitir que la competencia no es beneficiosa para los individuos que deben competir (¿quién no quisiera ser dueño de un monopolio?). Esto provoca en ocasiones una doble moral en los individuos por el hecho en que estarán dispuestos a defender el libre intercambio comercial siempre que no sean tocados sus intereses. De allí que veamos a defensores del libre intercambio en ocasiones tomen posiciones contrarias a lo que profesen. Todo esto, a pesar de las convicciones sobre sus bondades, causa impedimentos al libre comercio.